T ras un fallecimiento, la familia del difunto comenzó los preparativos del sepelio. Lo que debería haber sido un acto de recogimiento y despedida se tornó en una situación kafkiana debido a las imposiciones del cura Freire. Este sacerdote, lejos de ofrecer soluciones o consuelo, dictó unilateralmente las condiciones para el entierro: solo podría celebrarse en la mañana y bajo su estricta supervisión. Cuando la familia solicitó un horario por la tarde para acomodar a otros allegados, Freire lo rechazó categóricamente, argumentando que «por la tarde no entierra».
Roberto Freire, titular de la parroquia de Cando (Outes), ha demostrado una y otra vez un comportamiento autoritario, insensible y opuesto a los valores cristianos que debería representar. En un reciente caso, impuso horarios arbitrarios para el sepelio de un feligrés, negándose a permitir flexibilidad alguna pese a las circunstancias familiares. Su rechazo a que otro cura oficiara la ceremonia, mientras se encontraba tranquilamente tomando café en una pastelería, evidencia su falta de respeto por el dolor de los fieles. Para colmo, aseguró que, de no realizarlo él, un laico sería quien diera sepultura, sin acreditar delegación alguna ni necesidad real, pues había sacerdotes dispuestos.
La familia, en su búsqueda de soluciones, intentó contactar con altos cargos del Arzobispado de Santiago. Sin embargo, tanto el vicario como el Arzobispado respaldaron las decisiones de Freire, ignorando la dignidad del momento y priorizando su autoridad sobre el bienestar de las personas. Este silencio cómplice y su negativa a mediar, pese a las pruebas de mala praxis del sacerdote, revela una jerarquía eclesiástica más preocupada por proteger a sus miembros que por velar por los principios cristianos.
Roberto Freire es el reflejo de una gestión eclesiástica que traiciona la esencia del cristianismo, sustituyendo el servicio por el autoritarismo y el consuelo por el chantaje. Su actitud dictatorial, respaldada por un Arzobispado que permite estas prácticas, es una mancha sobre la Iglesia y una muestra de lo que sucede cuando quienes deberían liderar pierden de vista su vocación. Si el modelo de liderazgo de Freire y el silencio de sus superiores persisten, es la propia Iglesia la que sufrirá, alejándose de los fieles que buscan humanidad, empatía y fe. Es momento de cesar estas prácticas, retirar a quienes las perpetúan y devolver a la Iglesia su espíritu cristiano, antes de que la distancia entre sus líderes y su comunidad sea irreparable.