Muchos se han quedado por el camino, pero en la comarca todavía consiguen sobrevivir un puñado de comercios que rondan los cien años de existencia

M. Gómez

Si con la que está cayendo con la feroz competencia de las grandes superficies e Internet tiene mérito conseguir mantener un pequeño negocio, más lo tiene aún lograr que comercios y establecimientos hosteleros que suman décadas de vida sigan abriendo sus puertas a diario. Muchos se han quedado por el camino, pero en los municipios de Barbanza todavía quedan un puñado de centenarios que resisten el paso del tiempo contra viento y marea.

En muchos casos está por ver por cuánto tiempo, porque el relevo generacional no está garantizado, pero hay negocios que pueden presumir de llevar más de un siglo funcionando. Un sector que destaca en cuanto a longevidad es el de las farmacias. En Noia se encuentra la segunda más antigua de Galicia, la de la calle Comercio, fundada en 1750, mientras que la de Sanmamed en Ribeira soplará este año las 120 velas y la de Tato (1906), en A Pobra, le va a la zaga.

El ámbito de la panadería y la pastelería también está demostrando una gran fortaleza pese a la competencia de los supermercados, y en Ribeira se encuentran negocios como A Maricola, que ofrece sus dulces desde 1905. Más antiguo aún es el horno de la panadería Charlín, que se calcula que tendrá unos 170 años. En Rianxo, el despacho de pan más antiguo es el de A Pireta, que abrió sus puertas en 1938.

Y en la hostelería también se encuentran ejemplos notables. En el siglo XIX ni más ni menos se sitúa el origen de Casa Jurjo (Mazaricos, 1892), Casa Carou en Porto do Son o el bar Muelle de Muros.

Domitila Lijó: «Desde que fundaron a taberna meus avós estivo sempre aberta, sábados, domingos e festivos»

Hace apenas unos días, el pasado 1 de enero, que la comarca perdió uno de sus negocios históricos. Casa Domitila, el que posiblemente era el establecimiento hostelero más antiguo de Ribeira, echó el cierre después de más de un siglo funcionando ininterrumpidamente: «Meus avós eran de Olveira, compraron a casiña en Artes e fundaron a taberna, desde aquela estivo sempre aberta, sábados, domingos e festivos, todos os días», explica Domitila Lijó, que comparte el nombre de su abuela y del bar al que dedicó los últimos 26 años de su vida. Ahora toca abrir una nueva etapa, y no lo lamenta: «Eu tamén teño dereito a descansar».

La jubilación de su marido ha sido el desencadenante del cierre del Domitila después de, al menos, 106 años de actividad. Su fundación se sitúa en 1912, aunque su propietaria no tiene la certeza de que fuera el bar más antiguo de Ribeira: «Intentei buscar algún documento antigo e mirei no Concello, pero non atopei nada, por non ter non temos nin licenza de apertura».

Como la mayoría de los negocios de este tipo, en otros tiempos vendían un poco de todo y Domitila recuerda que sus abuelos «ían buscar viño e víveres no vapor a Vilagarcía». Tras ellos, quedó su tía Herminia al frente del local, aunque «eu sempre vivín aquí e traballaba tamén, coma todos os da casa; é o que pasa cos negocios familiares».

Ahora hace repaso y concluye lo mucho que han cambiado las cosas: «O trato cos clientes xa non é igual, antes era como máis próximo, isto era case unha casa máis á que viña a xente a relacionarse e a contar as súas historias, facías un pouco tamén de psicólogo... Agora chegan cos móbiles e non miran uns para os outros. E o negocio tamén foi a menos e hai moito que pagar, non hai cartos que cheguen». Sobre la posibilidad de que una nueva generación de la familia tomase las riendas del local es tajante: «é inviable, non pode ser». Y sentencia: «Cando se acaba unha etapa hai que abrir outra nova. É unha perda que peche o bar, pero unha pena non».

Fernando Matilla (Bar Lelé): «Estámonos movendo moito, facemos o que podemos para sobrevivir»

Fernanda Matilla es, según cuenta su marido, el alma de Lelé, un clásico de la hostelería noiesa que abrió sus puertas en 1925 y que lleva la edad divinamente. No en vano, su dueña reconoce que «estamos en auxe», aunque apunta que lo suyo les cuesta: «Estámonos movendo moito a verdade, facemos o que podemos para sobrevivir».

Más locuaz se muestra su marido, Javier Manzanedo, que explica que últimamente hay quien habla de una taberna clásica, de las de toda la vida, como es Lelé como el local de moda en Noia. Ellos rechazan esa etiqueta y señalan que si el establecimiento está funcionando es por su clientela: «La gente es la que manda, puedes hacer lo que te dé la gana, pero si la gente no está a gusto no va a entrar en tu bar». Reconoce que, en su caso, hubo un factor que les ha ayudado a que últimamente la afluencia en su establecimiento sea mayor. La peatonalización del casco histórico les ha permitido instalar una terraza, y eso da visibilidad a un local que, pese a estar al lado mismo de la iglesia de San Martiño, no era fácil de encontrar porque tiene la entrada por un lateral.

Por lo demás, sus dueños apuntan que no han dado un cambio radical a un local que suma 95 años de existencia. El abuelo de Fernanda llegó de un pueblo de Zamora y se fundó el Lelé: «Tienes que ir adaptándote a los tiempos para sobrevivir, pero tampoco hemos hecho nada del otro mundo, hemos tocado algunas cosillas, pero intentamos conservar la esencia de la taberna».

El mismo trato

La estética del local, con sus barriles de vino, su vieja barra y su suelo de cemento, no es lo único que no ha cambiado con el paso de las décadas: «Intentamos conservar ese calor en el trato con la gente de siempre, más cercano. En el fondo esto es muy familiar, la gente que venía cuando eran chavales ahora tienen a lo mejor cuarenta años y siguen viniendo con su familia. Algunos clientes saben más que yo de la taberna y te cuentan historias que les contaban a ellos sus padres».

Javier lo tiene claro: «Son los clientes los que aguantan la taberna». Ellos también ponen de su parte y en las pasadas Navidades dieron, nunca mejor dicho, la campanada adelantando el momento de las uvas de Fin de Año y congregando a decenas de personas a las puertas del local.