El Arealonga y sus tres décadas en la cresta de la ola: «Compartimos el amor por el mar»

El Arealonga fue uno de los protagonistas de la gala de la Federación Galega de Surf que se celebró el pasado fin de semana en Porto do Son. Hipólito Mariño, presidente de la entidad noiesa, fue el encargado de recibir el obsequio que servía para rendir homenaje a un club que suma ya 30 años de existencia.

El actual mandatario llegó siendo un niño al club, en 1994. «Me los encontré en la playa de Fonforrón y empecé a perseguirles. Con el tiempo acabé siendo uno de ellos», remarca Mariño. Pese a que logró varios premios como surfista, el mejor recuerdo después de casi tres décadas en el club, es comprobar el crecimiento de sus alumnos. El mismo que él experimentó. «Compartimos el amor y el respeto por el mar y es lo que intentamos transmitir. Yo salgo más contento cuando veo a un chaval satisfecho con su surf después de competir que con mis propios resultados», añade el presidente del Arealonga. Más de 250 alumnos pasan cada verano por su escuela. En el club destacan el aumento de chicas que practican surf. Son casi el 50 %. «Cuando llegué a la presidencia había dos o tres y ahora son casi la mitad», reconoce el dirigente.

El sueño del presidente

Mariño es el presidente desde el 2013 y tiene un sueño. Un reto que lleva calibrando desde hace más de un lustro: «Queremos formar un surf camp, un pequeño espacio de alto rendimiento para que los chavales puedan ir todos los días a entrenar. Buscamos trabajarlo bien y que cuando lo lancemos funcione».

Chema Salanova fue uno de los fundadores del club en 1992. Él recuerda todo el trabajo realizado, cuando todavía no era un deporte con tanta fama. «Todos los fines de semana eran una aventura. Íbamos a playas a las que solo llegaban pescadores», remarca el noiés, que recuerda el empeño por arrancar campeonatos en las playas de Barbanza. «El Ayuntamiento de Porto do Son nos cedió un palco, pero teníamos que llevarlo nosotros. Nos ayudó un tractorista, pero lo tuvimos que bajar entre todos a la playa del Castro de Baroña», recuerda entre una de las acciones que requirieron dosis de esfuerzo.

«Antes pedías ayudas a instituciones o empresas privadas y pensaban que éramos cuatro chalados en el agua», apunta entre risas Salanova, consciente del crecimiento de un club forjado por una filosofía que sigue intacta 30 años después.

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