Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

«El médico era el prestador de salud y se ha convertido en funcionario»

CARBALLO

Tiene claro que la principal virtud de un médico ha de ser la entrega, y la suya ahora tiene que ver con los cánceres tiroideos y con la reivindicación de Novoa Santos

23 ago 2009 . Actualizado a las 02:00 h.

Si solo se pudieran utilizar dos conceptos para definir a Antonio Gómez-Pan sería suficiente decir que es médico y de Laxe. Lo curioso del caso es que a Gómez-Pan se lo llevaron de la localidad con diez años y que nunca volvió a ella más que de vacaciones. Además sus padres eran de Bértoa y de Buño y, aunque tiene dos hermanas, solo él nació en Laxe. A pesar de ello sus dos hijos fueron trasladados desde Madrid, donde vive la familia, para ser bautizados en Santa María da Atalaia. Sin embargo, la importancia de Antonio Gómez-Pan no viene dada, evidentemente, por su relación con Laxe, sino, entre otras cosas, por haber formado parte nuclear del equipo que recibió el premio Nobel de Medicina por el descubrimiento de las acciones endocrinológicas y oncológicas de la somatostatina.

-¿Qué recuerdos tiene de Laxe?

-Nos fuimos a Venezuela cuando yo tenía diez años, pero los amigos de aquella época en la escuela nacional lo siguen siendo desde entonces. Muchos de ellos dejaron Laxe, pero volvemos a encontrarnos aquí en verano, Semana Santa o Navidad.

-Lo llevan a Venezuela siendo un niño, pero para que estudie eligen Santiago. ¿Cómo lo consiguieron y por qué?

-Yo soy lo que soy gracias a mis padres. Ellos hicieron entonces un sacrificio muy grande en una época en la que la vida era mucho más difícil. Mostraron una generosidad enorme yendo a un lugar extraño e invirtiendo todo lo que tenían en educar a sus hijos. Si me mandaron a Santiago fue porque sabían que un emigrante que pierde sus raíces se convierte en un eterno emigrante. Fue una estrategia para que no perdiéramos el vínculo, porque si me hubiera quedado en Caracas probablemente habría echado raíces y la familia habría quedado dividida.

-¿Siempre quiso ser médico?

-Creo que sí, no recuerdo haber sido otra cosa. Me impresionó don Vicente Sande, que era el médico de Laxe, pero yo creo que mi vocación nació cuando era un niño y me atendió de unas fiebres un médico que no recuerdo si era de Baio o de Zas. Creo que eso ocurrió antes de que supiera pronunciar la palabra médico y yo desde luego no era consciente de que eso era una osadía en un pueblo como Laxe. En aquella época lo que vestía era ser ingeniero, pero yo nunca lo quise.

[El hombre del que habla Gómez Pan era, en realidad un farmacéutico de Baio, al que llamaban Tatalo o Tatano y que pertenecía a la familia Astray, casi todos ellos boticarios y facultativos].

-Ahora hay pocas vocaciones.

-Sí, y creo que se debe a una multitud de motivos. Medicina es una de las carreras más vocacionales, es casi sacerdotal y el nivel social y el reconocimiento no es que el tenía antes. La gente prefiere las carreras técnicas, pero los jóvenes que forma parte de mi equipo son hipócraticos, lo que más le gusta es combatir el dolor de los demás y creo que el Estado no nos recompensa como es debido. Abusa un poco de la vocación. Es muy raro que por una huelga se desatienda a un paciente o por otro tipo de problemas laborales.

-El respeto por los médicos que antes era casi reverencial ha bajado mucho.

-La medicina, o mejor dicho, la sanidad se ha burocratizado. El médico era el prestador de salud y se ha convertido en un funcionario a los ojos de la sociedad. Eso genera desencanto en la profesión. Más del 90% de los pacientes que van a las urgencias son vistos y mandados a casa ese mismo día. Está claro que hay un abuso de la medicina especializada.

-Ahora el paciente siempre quiere que le hagan un montón de pruebas.

-Sí, se está perdiendo lo que llamamos ojo clínico. Reconozco que solo tengo que mirar a algunas personas para saber que tienen. Luego lo demuestras con una analítica.

-Usted estudió en Santiago. Sea sincero. ¿Realmente se pasaba tan bien como dicen?

-Entré llorando y salí llorando. Llegué en barco a A Coruña tras una travesía de 13 días en la que me acompañó mi madre, aunque yo me consideraba un adulto. Viví con una tía en la calle Vázquez de Parga de Carballo y después en una pensión en Santiago. Tengo que reconocer que entonces se pasaba extraordinariamente bien en Santiago. Recuerdo el final de la Casa de la Troya cuando un personaje se echa a llorar porque dice que «no volveremos a ser estudiantes». Eso era así. Los estudiantes éramos un colectivo poderoso, gran parte de la economía de Santiago se basaba en nosotros. Recuerdo que nos subieron el precio del cine de la Rúa do Vilar, hicimos huelga y tuvieron que bajarlo. Aquella era una vida entrañable, conocías a estudiantes de distintos lugares y distintas especialidades. Nadie salía de Santiago si no era para unas vacaciones largas. Venir a Carballo eran dos horas y media de autobús dando tumbos.

-¿Cómo eligió la especialidad?

-Surgió de forma espontánea. Al principio yo quería ser cirujano y de hecho mis mejores notas corresponden a la especialidad, pero poco a poco me fue dejando de gustar porque tenía mucho componente técnico y muy poco humanístico. Entonces me fue atrayendo la medicina interna y desde tercero estuve de interno en un hospital donde se dieron casos complejos de endocrinología.

-¿Por qué se marcha a Inglaterra?

-La endocrinología tuvo una etapa brillante en España con Marañón y Roberto Novoa Santos, pero al principio de los setenta no tenía un gran desarrollo. No me gustaba la medicina competitiva de Estados Unidos, pero sí el carácter más humano y más clínico de la sanidad británica.

-Para eso se necesitaba saber inglés y tener dinero o una beca.

-Lo del inglés fue una carambola. De niño en Venezuela, uno de mis mejores amigos era de una familia británica y aprendí inglés de modo natural. Aunque no lo usé, lo cierto es que quedó en alguna parte de mi disco duro. No tuve beca porque decían que mis padres tenían suficiente renta, cuando era mentira porque estaban en Venezuela, pero yo no tenía padrinos. Entonces pedí un préstamo de 75.000 pesetas y decidí que cuando se me acabaran, si no me habían reconocido, tendría que volver. Gastaba muy poco. Vivía en una habitación en la casa de una madre y una hija rumanas que limpiaban en el hospital. Llevaba una vida muy austera. Entré en el grupo emergente y me hablaron de otro, del de Reginald Hall en Newcastle, en el Royal Victoria Infirmary, que consiguió el Premio Nobel. Me hicieron un examen de toda la carrera y logré entrar. A los dos o tres meses yo estaba desesperado porque no me quedaba dinero y no quería decirles que o me daban un sueldo o tenía que marcharme. Creí que me mandarían de vuelta. Finalmente tuve que confesar que no tenía beca y conseguí una plaza de adjunto, con lo que fui del cero al infinito. Pasé a ganar 7.000 libras de aquel entonces al año.