Dos lobos de mar que vivieron las mayores tragedias de la Costa da Morte

Marta Valiña CARBALLO/LA VOZ.

CARBALLO

Manuel Martínez, miembro del cabildo en 1987, se enfrentó al hundimiento del «Cason»; a Manolete le tocó el «Prestige»

17 oct 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El fisterrán Manuel Martínez Cambeiro dejó el mar hace ya 13 años, pero todavía lo echa de menos. Insiste en que no se retiró, sino que su familia le «obligó» a retirarse después de casi medio siglo dedicado en cuerpo y alma a la pesca. «Foi xusto cando os fillos compraron o seu barco. Esvarei, caín e rompín dúas costelas e cando saín do hospital a muller díxome que non volvese máis. Díxoo ela porque os fillos non se atrevían. Ninguén na casa quería que seguira, así que non quedou máis remedio que facerlles caso», cuenta con retranca. Les hizo caso a medias, porque desde entonces echa una mano a sus hijos «dende a chabola» que tienen en el puerto fisterrán, aunque desde hace unos meses está de «baja» forzada después de que el corazón le diese un susto. Pero pronto, advierte, volverá a lo suyo, al trabajo. «Non se pode estar tanto tempo parado, xa estou canso de pasear», se justifica, como si 48 años al pie del cañón no hubiesen sido suficientes.

Martínez Cambeiro se hizo a la mar por primera vez con solo siete años. Subido en una chalana se inició en la pesca del pulpo acompañando a su abuelo, un hombre al que recuerda con cariño y que, dice, «pagaba o que lle petaba». Manuel era un niño, pero compara su andadura pesquera con la vida de un futbolista. «Fun como un xogador, empecei de neno e pouco a pouco fun ascendendo», dice con humor. Hasta el punto que llegó a la primera división y se convirtió en el patrón de su propio barco, el Segundo Arrogante , un pesquero de 19 metros de eslora con el que llegó hasta el Gran Sol -«poucas veces, porque era demasiado pequeno para andar por alí»- y, sobre todo, a la costa del Mediterráneo. En él trabajaron también sus hijos, que cuando «jubilaron» a su padre, decidieron seguir en el mar, pero más cerca de casa.

Al pie del cañón

El mayor de los Martínez, además, formó parte del cabildo de Fisterra. Llegó a la directiva de la cofradía a finales de los ochenta y él y sus compañeros se encontraron una institución «empeñada, con tantos chanchullos que iso parecía o caso Malaya de Marbella». «Tivemos que facer moitos esforzos, incluso poñer cartos, para que saíse adiante», recuerda. Por si fuera poco, recién llegado al cargo tuvo que enfrentarse a uno de los hechos más trágicos de la historia de la Costa da Morte: el accidente del Cason , en diciembre de 1987. «A aquilo déronlle moito bombo e moita xente dixo bobadas», asegura restándole importancia. Sin embargo, él fue de los pocos que se negó a abandonar Fisterra y cogió el toro por los cuernos. «Falei co alcalde [Valentín Castrege] e dixo que el non marchaba, así que quedei con el. Puxen a familia a salvo en Noia e quedei co entón patrón maior, José Insua, e outros poucos, porque moitos da confraría tamén fuxiron», recuerda.

Con Manuel se quedó uno de sus hijos, Manolete, hoy patrón mayor de Fisterra. Casualidades de la vida, el joven Martínez también llegó al puesto en un momento clave de la historia marítima de la localidad. Fue en octubre del 2002, 15 días antes del hundimiento del Prestige .

«Foi durísimo, xa me dicía López Veiga que un ano dos meus valía por dez», dice Manolete, quien, echando la vista atrás, asegura que «foi un punto de inflexión, unha etapa difícil que soubemos levar moi ben».

Martínez Escarís siguió los pasos de su bisabuelo, de su abuelo y de su padre, a pesar de que su progenitor nunca quiso que sus hijos se dedicasen al mar. «Eu quería que Manolete fose cura», reconoce el mayor de los Manueles. «Estiven un ano no Seminario, en Santiago, pero deixeino porque botaba de menos moito a miña nai», explica el patrón mayor.

Al cargo llegó por casualidad. De hecho, asegura, se enteró el mismo día de su nombramiento. «Sempre estiven ligado á confraría e no cabildo levaba oito anos, pero nunca pensei que sería o patrón maior. Un día, ao chegar do mar, avisoume o secretario de que me ían elixir. Miña muller non quería, e cando foi o do Prestige dicíame iso de que xa me avisara ela», se ríe. Su padre le apoyó, pero se mostró muy claro: «Díxenlle que se collía un patacón da caixa ía eu mesmo e lle tronzaba as pernas e os brazos», asegura Martínez Cambeiro, quien hoy, ocho años después de aquella advertencia, se muestra visiblemente orgulloso del trabajo realizado por su hijo. «Fai un traballo fabuloso. Non está ben que o diga eu, pero non hai máis que ver que agora temos un porto que é unha marabilla», indica.

Manolete también está contento. Reconoce que los primeros años no fueron fáciles y que, por primera vez en su vida, entendió, porque las sufrió, lo que eran las crisis de ansiedad, pero ahora, echando la vista atrás, se muestra feliz. «Antes non había nada e agora temos un dos mellores portos pesqueiros de Galicia. Coa fábrica de xeo, o carro varadoiro, o museo do mar, a xestión da lonxa... Moitas cousas que se fixeron grazas, tamén, a boa disposición do Concello», cuenta.