Cada uno llora a sus muertos

CARBALLO

27 feb 2014 . Actualizado a las 11:53 h.

La muerte, y más cuando llegue de manera inesperada, duele y mucho. No hay que darle más vueltas por mucho que nos esforcemos en pregonar que es consecuencia lógica de haber nacido. Las tragedias golpean, y en eso estos días en la comarca encontramos ejemplos por partida doble aunque llegasen desde Burgos o desde Suiza.

Esas pérdidas desgarran, arrancan llantos, generan sufrimiento e incluso descomponen vidas o abren heridas que nunca más llegan a cicatrizar. Pero no nos engañemos. Los muertos cada uno llora los suyos. Podemos hacer todo el esfuerzo del mundo por situarnos en el lugar del que le pasa, pensar que nos podría tocar a nosotros o rascar en lo más profundo de la humanidad que llevamos dentro. Nunca llegaremos sentir el hastío que embarga a una madre que ha perdido a un hijo o del marido al que le han barrido de delante a su familia de un plumazo.

La democratización del acceso a los medios, cristalizada en el auge de las redes sociales, ha abierto la veda para opinar sobre lo que se sabe y sobre lo que no, lo que se ve y lo que se intuye. En esa ensalada de pensamientos entran también las condolencias hasta el punto de que ayer todo el mundo era fan declarado de Paco de Lucía y se solidarizaba con su familia sin saber siquiera si los parientes del guitarrista lo van a echar en falta o le tenían un odio atroz.

Por eso, y que cada uno haga lo que quiera, lo de acompañar a los que sufren está bien, apiadarse de los desgraciados, también, y apoyar en lo que se pueda, mejor; pero apropiarse de los males ajenos para sacar a relucir las bondades propias, aparte de profundamente mezquino, suena falso, queda impostado y no cuela.

Así que muchas veces en situaciones de este tipo resulta bastante más digna la caña en la taberna de al lado que el abrazo y el pañuelo prestado a la viuda que bastante tiene con lo suyo para, encima, soportarnos a todos nosotros.