Costumbres con carácter supersticioso

Ramón Romar MI ALDEA DEL ALMA

CARBALLO

MATALOBOS

Mi aldea del alma | El escritor e investigador Ramón Romar continúa su serie de historias sobre su pueblo natal: Fornelos (Baio, Zas)

27 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

L a gran mayoría de las costumbres tenían carácter supersticioso, pagano, religioso o una mezcla de todas ellas. Entre todas seleccioné cuatro.

O Porco de san Antonio (el cerdo de san Antonio, con perdón). Recibía este nombre un cerdo al que a las siete u ocho semanas de nacer se le ponía una campanilla al cuello, se le soltaba por la aldea y tenía que buscarse la vida yendo por las casas de los vecinos a que le dieran de comer. Al principio tenía que sufrir mucho mientras no sabía las casas en que le atendían bien. Pero era mucha la gente que, bien sea por cariño al animalito o bien por creencias religiosas, no despachaba el cerdo de la puerta sin darle algo de comer. Cuando tenía cinco o seis meses era el cerdo que mejor vivía de la aldea. Se pasaba el día al sol o bañándose en barro a la orilla del río, y cuando tenía hambre se presentaba en la casa más próxima y tocaba la campanilla moviendo el pescuezo para pedir la comida. Si no le servían o no quedaba satisfecho se desplazaba a otra. Según iban creciendo iban causando más problemas en la aldea, y los vecinos acababan proponiendo subastarlos, cosa que se hacía a la salida de misa, previo anuncio del día en las misas de domingos anteriores.

Estos cerdos procedían de dos fuentes distintas. Una era de la comisión de fiestas de san Antonio, quien lo compraba de pequeño, lo vendía de mayor, y con las ganancias organizaban la fiesta profana en Riba do Bao, el 8 de septiembre. Otros cerdos procedían de una promesa que algún vecino le hacía a san Antonio. En este caso, por término medio, era el «carresadoiriño da agua», simpático nombre que se le daba al más pequeño de la camada, que solía ser el que mamaba en la última teta, a donde llegaba menos leche. Cuando se subastaba este último, el dinero se le entregada al cura.

Había veces que se juntaban dos cerdos al mismo tiempo, uno grande y otro pequeño. Tan pronto como el grande le enseñaba las costumbres al pequeño se vendía.

Pedir con alimañas. Era costumbre que cuando alguien cogía un lobo o un zorro (vivo o muerto) fueran por la puerta de las casas a pedir con él. Una alimaña menos era un alivio para todos, y se suponía que todos debían premiar (normalmente con unos huevos o alguna calderilla) a quién había eliminado un animal indeseado. Si estaba vivo lo llevaban atado con una cuerda o con una cadena, y si estaba muerto le ataban las patas, le pasaban un palo largo por entre ellas, y entre dos personas lo llevaban al hombro.

«Paletilla caída». Vi muchas veces levantar la paletilla a una persona, aunque creo que los resultados no eran muy satisfactorios. Supongo que cuando se tenía mucho dolor de espalda no se sometían a esta prueba. Se creía que el dolor de «paletilla caída» era debido a un hueso que había en la boca del estómago o en la espalda, y la única manera de curarlo era levantándolo. Para comprobar si uno tenía tal dolencia se sentaba en el suelo y levantaba los brazos, y si uno era más corto que el otro se procedía a solucionarlo. El enfermo cruzaba los bazos sobre la barriga y el supuesto curandero le ponía una chaqueta doblada en la espalda, ponía su rodilla en la chaqueta, cogía al enfermo por los antebrazos y tiraba de ellos hacia atrás. Seguidamente se le hacían unas flexiones con los brazos, tras las cuales se levantaban de nuevo los brazos, para ver si coincidían. Si coincidían bien, y si no…

Capeliña da Milagrosa. Es un capilla portátil con la imagen de la Virgen de la Milagrosa, que durante el año hace un recorrido por las casas de los vecinos, todavía existe. Cuando era niño, en mi casa se rezaba el rosario muchas veces, en invierno a diario, y el día que pernoctaba en casa la Milagrosa de manera especial. Permanecía en casa, al menos, un día y una noche, pasándola a continuación al vecino siguiente, después de depositar unas monedas en el cepillo. Con lo recaudado el cura hacía un acto religioso, el día 26 de noviembre, víspera de la festividad de la Milagrosa.