Otra mirada de la Costa da Morte y de la España vaciada

Luis Lamela GALICIA OSCURA, FINISTERRE VIVO

CARBALLO

JOSE MANUEL CASAL

Es necesario seguir remando contra viento y marea para frenar esta sangría

07 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El 3 de agosto de 2020 se celebró en el hotel Bela Fisterra (en Fisterra) la primera edición de un foro, titulado, Mirando pola terra, en el que participaron nueve personalidades de diferentes ámbitos profesionales de la sociedad actual, ligados a la Costa da Morte por razón de nacimiento.  

Todos ellos, con una sola excepción, estaban establecidos profesionalmente fuera de su tierra de origen. O, sea, que para desarrollar sus proyectos de vida se vieron obligados a emigrar a ciudades o países, unos más cerca y otros más lejos. Y esa es la realidad de la Costa da Morte desde hace siglos: significativo que la emigración nacional, o internacional, sea casi la única vía para desarrollarse profesionalmente de numerosos vecinos de nuestros pueblos y aldeas, pues pocos son los que pueden hacerlo en esta esquina del Finisterre español en la que nacen, pero en la que, en numerosas ocasiones, no pueden asentarse para desempeñar sus profesiones.  

Por eso, y sumado al bajo nivel de natalidad actual, el número de habitantes de los municipios que integran el partido judicial de Corcubión, en unos casos se mantiene, en otros oscila arriba y abajo, y otros —los más— pierden población de forma imparable e ininterrumpida en el tiempo.  

Los que pierden, más

Hay más de los que pierden, que el número de los que se mantienen o crecen. En los últimos años del siglo XIX, en 1896 los ocho municipios: Camariñas, Cee, Corcubión, Dumbría, Fisterra, Muxía, Vimianzo y Zas sumaban 35.727 almas. Ciento veinticinco años después, en 2021, el número de habitantes de dichos ayuntamientos ascendieron a 37.912. Un crecimiento vegetativo total de 2.185 individuos más que ciento veinticinco años antes, en el citado 1896.

En medio de todo esto, y durante este período, está la pérdida del imperio español, la pandemia de la mal llamada gripe española, la tragedia de la guerra civil, la miseria de la posguerra y la tuberculosis. La masiva emigración a Centro y Sudamérica, y a partir de 1960, a Europa. La crisis económica de la década de 1970 y los elevados índices de paro…

Los datos son los datos. Y llaman la atención los municipios que bajaron el censo: Dumbría, con 3.365 habitantes en 1896 y 2.927 en 2021. Muxía, con 6.365 en 1896 y 4.564 en 2021. Vimianzo, con 7.764 en 1896 y 6.925 en 2021, y, por último, Zas, con 5.533 en 1896 y 4.384 en 2021. Precisamente, las tierras más agrícolas, las más rurales.

Por el contrario, destaca sobre todos el imparable y continuo ascenso experimentado por el municipio de Cee: en 1896 tenía 3.694 habitantes y terminó 2021 con 7.568. Y le sigue, pero muy lejos, Camariñas, con 3.373 en 1896 y 5.224 en 2021, en donde hay un protagonismo que tira hacia arriba, como la Conservera Cerdeiras (actualmente en un momento delicado), así como Fisterra, con 4.171 en 1896 y 4.714 en 2021.

Y nos queda la excepción de Corcubión que, con 1.462 habitantes a finales del siglo XIX, terminó el ejercicio de 2021 con 1.606 habitantes, el municipio con el menor número y el más pequeño en superficie, con solo 7,6 kilómetros cuadrados, y una densidad de población de 246,48 habitantes por kilómetro cuadrado, seguido con 160,17 del de Fisterra y 131,72 del de Cee, aunque, la capital del partido judicial, y del patrón San Marcos, no es capaz de remontar de forma estable, poco más allá de las 1.500 o 1.600 almas en su ya dilatada historia.

Así están las cosas, pero estos datos creo que dejan un interrogante. No todos, pero sí se mantiene esta tendencia, intuimos que algunos pequeños núcleos poblacionales de estos municipios, igual que los árboles desvestidos por el otoño, que quedan desnudos y sin hojas, pudieran estar condenados a la lenta agonía de la supervivencia y quizás, a su paulatina desaparición.  

Sin medidas

Y a pesar de constatarse esta tendencia desde hace muchos años, los responsables políticos, económicos y sociales no han logrado reconducirla, o ni lo intentaron. Y las recetas empleadas por los municipios que aumentaron su población, como es el caso de Cee, llegaron siempre de decisiones del exterior —la antigua fábrica de Carburos, actual Xeal; el hospital comarcal…—. Un factor que es muy difícil pueda repetirse en los concellos que a través del tiempo pierden población. Municipios que, en su mayoría, siguen año tras año sin figurar en los Presupuestos Generales del Estado y tampoco en los de la Xunta de Galicia, asunto político y económico muy inquietante, y tampoco generan mucho atractivo para los emprendedores.

Huelga decir que algunos de los núcleos municipales más agrícolas y rurales podrían figurar a medio o largo plazo en lo que se está dando en llamar, la España vaciada… No obstante, las futuras generaciones serán las que constaten esta materialización y sean ellos, quizás, los que tomen conciencia.

Cierto es que no vemos un horizonte de expectativas favorables, pero es necesario seguir remando contra viento y marea para frenar esta sangría, hacer examen de conciencia social y política y levantar la mirada del suelo para reflexionar sobre aquello, tan de moda, del ¡Teruel existe!