A nuestros mayores no hay consola que les contente. Tampoco esa prenda de última moda ni el más preciado de los viajes. Llega una edad en la que lo material y las experiencias pasan a un claro segundo plano muy superado por todo lo sentimental. No he visto sonrisa más sincera que la que esbozaba mi abuelo cuando su tribu se reunía en la mesa cada domingo. Eso sí que era felicidad y no la que se intenta vender a través de unas redes sociales en la que el amor más profundo se esfuma en dos semanas. A los que más velas soplan de entre nosotros poco les importa aquello del postureo. Por eso es tan sencillo palpar sus emociones. Y sobre ellas destaca el orgullo y la felicidad cuando alguien le reconoce los logros que, el que más y el que menos, ha acometido.
Parece un regalo fácil y, en cambio, cuesta verlo en estos tiempos. En la comida del Unión Deportivo Corcubión, Gregorio Pais, a sus 98 años y con dificultades respiratorias, acudió a una mesa de 150 personas y recibió hasta tres ovaciones que se llevará hasta el último de sus días. Ni el mejor iPhone puede comparar su valor con un acto para el que, además, no hay que dejarse un riñón. Solo darle importancia a lo importante.
Se volvió a demostrar ayer en Cee, en donde la figura del pregonero cobra una importancia casi reverencial de la que otros muchos concellos deberían tomar ejemplo. También para ponerle el nombre a calles o infraestructuras de personas que estén vivas, pues no hay homenaje real sin un orgulloso homenajeado.