En primera persona | Escribe Álex Aguilar, catedrático de biologría | Investigamos las ballenas que las empresas gallegas explotaron hasta 1985 (...) El 11 de julio de 1978 llegaba por primera vez a la factoría ballenera
06 oct 2024 . Actualizado a las 09:33 h.El 11 de julio de 1978 llegaba por primera vez a la factoría ballenera de Caneliñas. Había viajado en coche desde Barcelona y, en aquella época de carreteras llenas de baches, el trayecto obligaba a catorce horas de conducción. La noche ya había caído y una neblina cubría la costa. Pasada la aldea de Ameixenda, enfilé con una cierta aprensión la estrecha pista que descendía como un tobogán entre los escarpados montes graníticos de la ensenada. Al final, una luz iluminaba un pequeño rótulo esmaltado en el que se leía Industria Ballenera S.A. (IBSA). Por si aún me cupiera alguna duda, al bajar del coche un olor inconfundible, mezcla de gases industriales y de emanaciones orgánicas, me golpeó las fosas nasales.
Yo era entonces muy joven, aún no había acabado mis estudios de biología, y aquella era mi primera aventura profesional. Una aventura que me ocupó ocho largos y complejos años. Durante aquella época trabajé en las factorías balleneras como investigador de la Universidad de Barcelona a través de encargos del Ministerio de Agricultura y Pesca. Mi responsabilidad consistía en estudiar la biología de las especies que se estaban capturando, el cachalote y el rorcual común, calcular sus tasas de reproducción y el tamaño de sus poblaciones en aguas gallegas, y suministrar esta información a la Comisión Ballenera Internacional, la organización que regulaba la pesca ballenera y adjudicaba las cuotas de pesca.
Aquella noche casi no dormí. La pequeña casa en la que me alojaba estaba a la orilla del mar y, a pesar de la oscuridad de la noche, desde la ventana podía ver los cuerpos parcialmente sumergidos de seis cachalotes que el barco cazaballenero había dejado amarrados a una boya a la espera de ser cuarteados a la mañana siguiente. La casa era conocida como la de «los andaluces», pues en los años sesenta allí residieron unos operarios procedentes de la antigua factoría ballenera de Algeciras que, al inicio del funcionamiento de la factoría de IBSA, cada año acudían para instruir a los entonces inexpertos trabajadores gallegos. Pero, con el paso de los años, aquella casa pasó a conocerse como la de «los catalanes», pues pronto se unieron a la tarea una quincena de compañeros. Fuimos tantos porque, además del trabajo en Caneliñas, que era largo y pesado, debíamos cubrir también la planta ballenera que entonces existía en Cangas de Morrazo y realizar campañas a bordo de los buques cazaballeneros.
Los biólogos éramos personas externas a la plantilla de IBSA. Sin embargo, aun ejerciendo tareas muy distintas, debíamos trabajar codo con codo con los empleados de la empresa. Y lo habíamos de hacer en el cuchareo permanente de los barcos o en medio de la jungla de máquinas, cables y cuchillas batientes que eran las factorías, lo que no nos resultaba fácil. Los trabajadores eran hombres sencillos y acostumbrados a las exigencias físicas de su trabajo, mientras que nosotros éramos un puñado de jóvenes remilgados y urbanos, con pelo largo y que además poníamos cara de perplejidad cuando nos hablaban con el cerrado acento de la comarca. A pesar de ello, nos entendimos a las mil maravillas y fue un privilegio compartir con aquellos austeros trabajadores los últimos años de una industria honesta, pero controvertida.
Y utilizo el término de controvertida porque, justo en aquella época, todo cambió. La pesca de la ballena, que hasta entonces no era distinta de la del bonito o la sardina, de repente se convirtió en pecado. El entonces incipiente movimiento ecologista había adoptado la ballena como bandera y la percepción que la sociedad tenía acerca de aquella industria giró como un calcetín. Fueron años turbulentos.
Un mes después de mi llegada a la factoría de Caneliñas, un barco de Greenpeace, el Rainbow Warrior, se interpuso en la navegación del cazaballenero Carrumeiro para impedirle su trabajo y, a finales de aquella temporada, una bomba explotó en el costado de otro cazaballenero, el IBSA UNO, obligándolo a una reparación de urgencia en el cercano varadero de Brens. Las manifestaciones en contra de la pesca de la ballena se sucedían y, en 1980, otros dos cazaballeneros, el IBSA UNO y el IBSA DOS, fueron dinamitados y hundidos en el puerto de Marín. Todo aquello no fueron sino nubarrones que anunciaban lo peor. Dos años más tarde, España firmaba la moratoria en la pesca comercial de ballenas que llevaría al cierre definitivo de la actividad en nuestro país en 1986. Finalizaron así ochocientos años de historia de pesca ballenera en Galicia que habían comenzado cuando los vascos en el siglo XI trajeron aquí su primitiva industria. Pero esa es otra historia.
DNI
Álex Aguilar. Es catedrático de biología en la Universidad de Barcelona. Entre 1978 y 1985, a partir de estudios realizados en la factoría de Caneliñas, realizó su tesis doctoral sobre la biología del rorcual común, la principal especie explotada. Posteriormente ha continuado trabajando en el tema, investigando la pesca ballenera no solo en España sino también en Japón, Islandia y el Atlántico sur. En su libro «Chimán, la pesca ballenera en la península ibérica» cuenta con detalle el devenir de las factorías españolas, con el foco muy centrado en la planta de Caneliñas, la más grande que operó en nuestro país.