Santa Mariña de Lemaio, una iglesia con orígenes en el siglo VIII

luis ángel bermúdez fernández

CARBALLO

BASILIO BELLO

El templo larachés actual ya no es aquel visigodo, sino una suma de añadidos

07 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En el año 1913, Benigno Cortés García, párroco de Razo y aficionado a la arqueología, publicó el artículo Dos capiteles del siglo VII u VIII, probablemente, donde daba cuenta del descubrimiento de estas dos interesantes piezas a la Real Academia. Ambos capiteles, que seguro formaban parte del arco del presbiterio del antiguo templo, sirvieron, y sirven, como pila del agua bendita para los feligreses de Santa Mariña de Lemaio, en el municipio de A Laracha, y gracias a su reutilización, llegaron intactos a nuestros días. Ambos capiteles miden de diámetro cuarenta y cuatro centímetros; el inferior alcanza una altura de cuarenta centímetros, mientras que el superior mide cuarenta y cuatro. Se componen de un collarino circular, un cesto de tres hileras de hojas, con una arista central, terminados por un ábaco cuadrangular.  

La actual iglesia de Lemaio no es aquella visigoda dedicada a la mártir gallega Mariña de Aguasantas: el templo que hoy vemos es una amalgama de distintos añadidos de los tres últimos siglos. Mediante las visitas pastorales sabemos que, por ejemplo en 1639, era una iglesia «pobre y tiene pocos ornamentos», con «la capilla mayor fayada y cuerpo a teja vana», como describe la gira pastoral de 1742. Por el contrario, en 1791 se nos indica que es «una iglesia nuevamente reedificada». Por aquel entonces tampoco presentaba el aspecto actual, puesto que la sacristía se adosaba en un lateral, hacia el lado norte.

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En 1830 se invirtieron «ciento once reales resto de su cargo que entregó para la hechura del arco toral de la iglesia, según recibo que exhibió de los maestros canteros Juan de Castro y Manuel Sierra». Sin embargo, como las paredes estaban a distintas alturas, y esto contribuía a generar cierta ruina, en 1868 se bajaron las paredes cinco cuartas, desde el arco hasta la puerta principal.

Gracias a una deteriorada inscripción en el arranque de la espadaña, tenemos noticia de que en 1873 se reedifica parte de la fachada, incorporando sillares sólidos de granito para soportar el peso que, por el contrario, los bloques de piedra morceña no podrían sostener.

En el año 1924 se volvieron a realizar varias obras en el templo. Concretamente, se cambió la sacristía para la parte de atrás del templo, eliminando la porción de atrio que quedaba entre el muro del testero y el cierre exterior.

Finalmente, en 1975 se edificaron las bóvedas, la tribuna, se hizo un nuevo tejado, se pintó íntegramente el templo y se hizo un nuevo cierre en el atrio.

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Las imágenes

En cuanto a las imágenes que se veneran en el templo, tenemos noticia de que en 1728 existía una efigie de santa Marina, otra de Nuestra Señora, un san Antonio y un crucifijo grande. El inventario no da cuenta de más, pero seguramente en aquellos años ya existía la imagen de san Pedro González (san Pedro Telmo) y la de san Roque que, junto con la de santa Marina, son las más antiguas de la iglesia. A mediados del siglo XVIII se incorporarían, del mismo modo, las imágenes de san Antonio, sustituyendo seguramente a la mencionada en 1728, y la imagen de la Virgen del Carmen. Estas tallas están atribuidas al escultor noiés Antonio de Meis, que vivía en Entrecruces. De hecho, mientras que el san Antonio es muy parecido al de A Agualada o al de Riobó, la Virgen del Carmen es idéntica, aunque más arcaica en su escultura, a la Virgen del Carmen del Pazo de Loroxo, en Cerqueda, o a la que se venera en la iglesia de Nantón y en Noicela.

Con posterioridad a estas imágenes vendrían la de santa Lucía y la de san José, completándose con otras dos de escaso valor, hechas en pasta: una Inmaculada Concepción y una santa Marina, usada en origen para ciertas procesiones.

Los retablos laterales fueron adquiridos hacia 1828, fecha en la que existe un descargo de dinero para su pintura. En una carta del 12 de mayo de 1830, el párroco, José Añón Pimentel, indicó a la curia diocesana que «los colaterales que se han hecho y pintado, fue a beneficio del exponente». En otra misiva fechada el 5 de junio de 1830, que indica los cortos alcances de la fábrica parroquial, nos dice que «todos los caudales se invirtieron en dos colaterales». Estos retablos gemelos son ciertamente extraños, ya que bien entrado el siglo XIX, todavía se emplean en ellos la misma decoración y las fórmulas del barroco de pilastras, aunque de forma más sencilla, con adornos de rocallas, paños colgantes y con los recortes del barroco de placas. Esto nos hace pensar que, muy seguramente, para la hechura de estos retablos colaterales se aprovecharon elementos de otras piezas anteriores.

En cuanto al retablo mayor, ecléctico, donde se entremezclan elementos tomados del neoclasicismo y del barroco, fue construido por Jesús Eirís García en el año 1957, siendo párroco Pedro Novo Santos. Anteriormente a este, existieron una serie de cajones donde estaban colocadas las imágenes, como afirma un documento de 1924. El escultor y pintor Eirís García nació en 1926 en la aldea de O Zarallo, en Sofán.

En cuanto a la orfebrería, en el año 1806 donó un cáliz y una custodia los señores de Láncara, que ejercían el derecho de presentación de esta parroquia. A mediados del siglo XIX aparece ostentando este cometido Apolinar Suárez de Deza y Caamaño, señor de Láncara y Bergondo, senador del Reino y gentilhombre de Cámara. De algún miembro de esta casa, o más bien, de algún noble de la parroquia tiene que ser la sepultura que se halla a los pies del altar mayor, cuya inscripción fue borrada, aunque conserva trazas de un escudo nobiliario. Como indica un memorial, en esa época (mediados del siglo XIX) la parroquia de Lemaio contaba con 366 almas.

Finamente, junto a la imagen de santa Marina se observa un relicario con un trozo de hábito de santa Rosa de Viterbo, manteniendo intacto junto a la reliquia el certificado de autenticidad, del año 1862.

El relicario consta de dos partes: el pie de cobre con el sello del autor «JV Lorenzo», y la parte del expositor, también de cobre, que acoge la teca con la reliquia, la auténtica y un medallón de plata con la Crucifixión de Cristo y, por el reverso, la Asunción de la Virgen.