En el 2018 se cumplió el centenario de su muerte y nadie se acordó de él ni de su generosidad
22 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.La figura de José Carrera Fábregas merece que nunca el verde musgo del olvido la esconda. Nació en Corcubión, un pueblo de donde muchos tenían -y aún tienen- que irse, el 19 de marzo de 1857 en una familia de doce hijos. Emigró en plena adolescencia para la Argentina. Allí se empleó de dependiente de comercio y se adaptó a una nueva sociedad competitiva y exigente, y escaló puestos y confianza en la empresa en la que trabajó.
Más tarde, abrió su propio negocio al que llamó Submarino Peral, un término muy en boga en aquel momento. Poco a poco, y con sus dudas, desalientos y emociones, fue prosperando hasta convertirse en un respetado empresario y sumó una importante fortuna. Carrera Fábregas fue poseedor de ese extraño privilegio de moverse con desenvoltura en el campo de los negocios y de las finanzas. Y con ese favorable panorama se casó con Clotilde Salomone Balvidares, un matrimonio que no llegó a tener hijos.
José Carrera también ocupó la vicepresidencia del Banco de Galicia y Buenos Aires y de la compañía de seguros España y Río de la Plata. Fue, asimismo, directivo de varias sociedades de beneficencia españolas en Argentina, entre ellas el Hospital Español. Ayudó a los más vulnerables, decenas y decenas de pobres y a muchos de los emigrantes de la Costa da Morte recién llegados al país del Plata, que, sin querer, fueron los que le ayudaron a mantener un vínculo diario y afectivo con su pueblo natal y sentir la gran fortuna de poseer un lugar, un templo; un necesario punto de anclaje en su vida.
Y a partir de ahí, y con 44 años, Pepito Carrera, como le llamaban sus amigos, efectuó en 1901 un viaje a Corcubión acompañado de su esposa, un retorno a sus raíces y al corazón de la infancia y adolescencia que aprovechó para donar un púlpito de estilo gótico, de madera de roble y de cuatro metros de altura, a la iglesia de San Marcos construido por el ebanista Felipe Rey. El púlpito donado costó alrededor de 750 pesetas de la época. Y el día 15 de septiembre, el matrimonio embarcó en A Coruña en el vapor Segovia con rumbo a Burdeos, para visitar varias ciudades europeas. Planeaba embarcar en Amberes a bordo del vapor Willelsad con rumbo a Buenos Aires. Y allí siguió acumulando una gran fortuna, aunque su aguijón de la nostalgia seguía activo hasta que falleció inesperadamente el 27 de julio de 1918, a causa de un edema pulmonar agudo. Tenía 61 años de edad.
Escribió en el siglo XIX el filósofo Georg Hegel, que los grandes hombres son aquellos que en su tiempo tuvieron conciencia de lo que era necesario. En su testamento, José Carrera estableció que se construyese en Corcubión una escuela de artes y oficios que llevase el nombre de Fundación José Carrera, pero por razones de orden legal el testamento fue anulado por su esposa y quedaron sin efecto los deseos del corcubionés.
No obstante, después de negociaciones consiguieron que la viuda, Clotilde Salomone, que se casó muy pronto en segundas nupcias, accediese al deseo de su fallecido marido e hiciese una donación, que no todo el capital previsto en el testamento, para la construcción de la escuela.
Cinco años después de su muerte, el 27 de julio de 1923, llegó a A Coruña el vapor alemán Sierra Nevada procedente de Buenos Aires y Montevideo, del que desembarcaron el cadáver embalsamado de Carrera Fábregas, en un retorno a su tierra de origen. Acompañaron al cadáver sus hermanas Marta y Joaquina Carrera, que habían residido con él en Argentina, y desde Corcubión fue a recibirlo su sobrino Alejandro Lastres Carrera, albacea testamentario del filántropo. El cadáver, una vez despachado por las autoridades gubernativas, fue conducido en automóvil a Corcubión para ser inhumado en el panteón de la familia en tanto se construía la capilla del Grupo Escolar José Carrera, en la que debería reposar definitivamente los restos del fundador, cumpliendo así su última voluntad.
Su cadáver su recibido en masa por el pueblo, con la corporación municipal al frente, como hijo predilecto
Tanto la generosidad como la humildad son virtudes propias de los individuos fuertes. Y, ese fue, sin duda, el caso de José Carrera Fábregas. Y según las crónicas de la época, el recibimiento que se tributó al cadáver en Corcubión fue digno de sus merecimientos. El pueblo en masa, sin distinción de clases, salió a esperar al automóvil que conducía el lujoso féretro de caoba con aplicaciones de bronce.
Se organizó seguidamente el entierro, presidido por la corporación municipal y demás autoridades locales. Del ataúd pendió una corona con expresiva dedicatoria de la corporación local al hijo predilecto de Corcubión. Y el sepelio tuvo efecto en el desaparecido cementerio viejo, el de A Viña, con carácter provisional hasta que, construidas las escuelas de la Fundación, pudiesen llevarse sus cenizas a la capilla, a una urna de mármol que fue presupuestada en 2.000 pesetas.
En fin, un emigrante que retornaba a sus orígenes en un traslado que me recuerda al de las cenizas del filántropo de Cee, Fernando Blanco de Lema, transportadas en manos del corcubionés Laureano Riestra Figueroa desde la iglesia de A Xunqueira a la urna que lo acoge hoy en la capilla de la Fundación por él creada.
Apertura académica en 1926
El edificio del colegio de José Carrera se terminó en 1926, aunque el permiso de apertura académica no llegó hasta 1931, pero hace ya bastantes años que el edificio construido con la herencia del filántropo está ocupado por el Concello y otros organismos públicos. Y, precisamente el 17 de julio de 2018, se cumplieron 100 anos del fallecimiento de José Carrera, una efeméride que pasó desapercibida para las instituciones locales que no quemaron ni un poco de incienso para recordarle. Así lo recordó el periodista Santiago Garrido en La Voz de Galicia del 28 de diciembre del citado 2018, en su trabajo titulado, Aniversarios o fechas redondas.
Aún sigue en la memoria de muchos vecinos, que recuerdan sus aportaciones
Malos ejemplos para aquellos que pudieran pensar en convertirse en filántropos -raras avis, hoy en día-. De cualquier forma, a pesar del olvido de unos pocos, José Carrera Fábregas es un ejemplo icónico de filantropía y de los que forman parte irrecuperable de un tiempo, el de los años de la emigración americana, de los que simbolizan el éxito. Por eso sigue en la memoria de muchos de sus vecinos más de cien años después de su muerte.
Emigración masiva
Y, es que, el tiempo es como el mar: suele devolverlo todo. Pero, en Corcubión, uno de esos pueblos aligerados por la emigración masiva a través del tiempo, la memoria de los políticos seguramente es exigua; no se dan cuenta que para que los corcubioneses conserven siempre ese vínculo vital con el filántropo, hay que recordarlo a cada nueva generación. Por que, sin duda, es un acto de justicia.