El naufragio del Salerno

Aquiles Garea

CORCUBIÓN

ARCHIVO DE AQUILES GAREA

Crónicas Atlánticas | Héroes comarcales lograron rescatar a la tripulación de un vapor que quedó incrustado en las rompientes de la isla Lobeira Chica

04 mar 2021 . Actualizado a las 08:15 h.

En febrero de 1912 los periódicos publicaban una noticia que ponía de manifiesto las duras condiciones que soportaban los técnicos de los faros de las costas españolas.

La información estaba relacionada con la ría de Corcubión y los fareros de la Isla Lobeira, donde prestaban sus servicios en unas durísimas condiciones, sobre todo en invierno.

El 11 de febrero el periódico La Época informaba de que aquellos torreros, entre los que estaba el corcubionés Constante Lamas Trillo, llevaban aislados 22 días y las provisiones que habían llevado estaban ya prácticamente agotadas (solían consistir en 50 libras de galletas, 30 gallinas, arroz, vino, agua y otras viandas, además de lo que cada uno llevaba de manera personal). De la reposición de víveres se encargaba un botero, que debido a los temporales, no había podido prestar su servicio.

Tal era ya su desesperación que para dar cuenta de su situación izaron en lo alto del faro una sabana para captar la atención de la gente en tierra y a la vez lanzaron al mar una botella con un mensaje de auxilio que fue recogido en una playa de Corcubión. Desde el faro de Cabo Cee sus compañeros veían ondear la señal, pero nada se podía hacer desde tierra mientras no mejorasen las condiciones meteorológicas.

Por esas fechas, se encontraba en Galicia el corresponsal del periódico inglés Daily Mirror, Mr. Muirhead, que al tener conocimiento del hecho, fue a Corcubión y se hizo con los servicios del vapor pesquero Felisa, matriculado en Vigo, para que cuando mejorasen las condiciones acudir al rescate y, a la vez, hacer un reportaje para su periódico.

El 22 de febrero, a primera hora de la mañana, el Felisa, con Mr. Muirhead al frente, abandonaba el muelle para dirigirse hacia la Isla Lobeira. La visibilidad era mala, la ría estaba cerrada de niebla y navegaban con máxima precaución. En las inmediaciones del destino comenzaron a encontrar maderos y cajas con fruta. Esto les hizo suponer que alguna desgracia había sucedido y decidieron inspeccionar la zona, no obteniendo resultado alguno. Finalmente, se abrió un claro en la niebla y divisaron en la lejanía la silueta de un vapor incrustado en las rompientes de la isla Lobeira Chica, era el Salerno, de bandera noruega, desde el que sus tripulantes pedían socorro por medio de banderas de señales en los palos. Inmediatamente pusieron rumbo hacia ellos con el fin de socorrerlos. Las condiciones del mar no eran las adecuadas para su aproximación, ya que rompía con fuerza, por lo que decidieron ir de nuevo a Corcubión para dar parte a las autoridades de Marina y, a la vez, solicitar el embarque del material de la delegación de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos y a sus responsables.

Se trasladó a bordo el material necesario. Embarcó también el cabo de mar Sebastián Rodríguez Bengoa; el administrador de la aduana, Cabrinety, y varios marinos de la localidad. A la vez, Plácido Castro, vicecónsul de Noruega en Corcubión y propietario de los depósitos flotantes de carbón, movilizó el remolcador Cabo Finisterre y dio las oportunas órdenes para que en caso de ser necesario se hiciese salir a la mar al vapor Axpe, que rellenaba carbón en uno de sus pontones.

Respuesta al socorro

Llegaron de nuevo a la zona alrededor de las dos de la tarde y en sus inmediaciones se encontraban varias lanchas de O Pindo y Quilmas que al ver las señales de socorro habían acudido sin dudarlo, eran estas las María, Carmen, Dolores y María Dolores bravamente patroneadas por José Piñeiro, Ricardo Costa, Alberto Costa y Jacobo Pais. Estos habían realizado varios intentos infructuosos por medio de cabos a los que amarraban barriles y remos para que alcanzasen el vapor y pudiesen ser recogidos por la tripulación para tender una línea de vida y poder rescatarlos.

Sobre el puente del Salerno estaba la tripulación equipada con sus chalecos a las órdenes de su capitán, Simpson. Tras cada intento fallido, las esperanzas de salvación se iban perdiendo.

Tras el regreso del Felisa, las lanchas se dirigieron a él para que les pasase los cables de la estación de salvamento y de esta manera tender una línea entre ellas y el vapor. Tras realizar el trasvase del material, las embarcaciones se situaron lo más cerca posible del Salerno, maniobrando casi encima de la rompiente, la lancha María Dolores se situó aguantando con la fuerza de su tripulación a las otras embarcaciones desde las que tras mucho esfuerzo lograron lanzar una guía que fue cogida a bordo del buque siniestrado. Fue enviado, a continuación, un cable que se hizo firme a bordo y por el que fueron recogidos uno a uno los tripulantes. Al finalizar el rescate, la tripulación fue trasvasada al Felisa, donde se les proporcionaron mantas y bebidas calientes. En Corcubión fueron auxiliados por las autoridades locales hasta su regreso a Noruega.

El 25, a las diez de la mañana, Simpson y el primer oficial embarcaron en el vapor Cabo Villano, de la Sociedad de Salvamentos Marítimos Barbeito y Cía. de La Coruña, junto al inspector Luis Rey, el administrador de la aduana, Cabrinety, y otras personas más, con el objeto de ir al Salerno para un primer reconocimiento y ver si era posible su salvamento. Al llegar a las inmediaciones se lo encontraron en la misma posición en que había quedado tras su abandono, montado sobre las rocas, sin faltar nada de su arboladura ni de su obra muerta. El castillo de proa y el puente se encontraban todavía intactos. Solo faltaban los botes salvavidas, que habían sido arrancados por el mar de sus estibas y se estrellaron en las rocas cercanas. Se acercaron a su costado y accedieron a su cubierta sin problemas. Fueron a continuación hacia la habilitación. En la cámara se encontraron que habían entrado a bordo los amantes de lo ajeno y habían descerrajado los cajones de los muebles. Faltaban las ropas y efectos que guardaban. De los gemelos, solo aparecieron sus estuches vacíos. Sustrajeron los baúles de equipaje de Simpson y sus oficiales, se llevaron los petates con las ropas y utensilios de los marineros. Pensando en una nueva visita dejaron el cronómetro en su caja, los sextantes y varias cosas más, pero se llevaron las brújulas.

Denuncia en las autoridades

Tras tomar nota de lo sustraído y tras haber dejado una embarcación con vigilantes, embarcaron de nuevo en el Cabo Villano y llegaron a Corcubión a las nueve de la noche. Al poner pie a tierra, Simpson efectuó ante las autoridades de Marina la correspondiente denuncia. Tras las averiguaciones, en días posteriores detuvieron a varios individuos, que pasaron a disposición judicial. Los embates del mar fueron haciendo mella poco a poco en el casco y la carga empezó a salir de sus bodegas. Fueron llegando a las costas grandes cantidades de plátanos y tomates. El vapor fue dado por perdido y vendido para su desguace a la Compañía de Salvamentos Barbeito y Cía.

En el momento del accidente realizaba viaje de Santa Cruz de Tenerife a Londres, desplazaba 1552 toneladas de registro bruto. Su eslora era de 74,4 metros, con 11 metros manga y 6,6 de puntal. Su armador era Otto Thoresen de Oslo y estaba matriculado en Christiania.

Reconocimientos

La Junta Central de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, tras informe del ayudante de Marina acordó la concesión premios a los participantes, que les fueron entregados en las Fiestas de las Mercedes.

En agosto de 1912 al periodista inglés Muirhead, le fue concedida por el rey de Noruega la insignia de Caballero de Segunda Clase de la Orden de St. Olaf, por los servicios prestados en el salvamento de la tripulación del Salerno. Un año después y en vista de los servicios prestados por Plácido Castro Rivas en el auxilio a la tripulación le fue concedida por el rey de Noruega la misma recompensa que al periodista inglés.

Los fareros, por su parte, al mejorar las condiciones, pudieron ser socorridos, relevados y entrevistados por el periodista inglés. El faro permanecería atendido por dos torreros hasta el año 1924 en que fue automatizado.