El tesoro de Alejandro Insúa, hijo adoptivo de Corcubión

LUIS LAMELA

CORCUBIÓN

Galicia oscura, Finisterre vivo | Lo descubrí de niño buceando en la biblioteca del casino de la localidad

08 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Para preguntarnos quiénes somos tenemos que buscar en el pasado, en otra época, en otros tiempos, en episodios o historias personales. En fin, que tenemos que desatar los nudos de la memoria y ajustarlos a la mirada de un niño o a los recuerdos de un adolescente. Historias todas sin cerrar, con capítulo final por escribir, pero siempre dispuestos a pagar el precio de la verdad.

Podemos comenzar esta breve reflexión desde la atalaya de mis 79 años, el cutis y las manos moteadas de vejez, y con un hilo muy delgado que me une a la vida. Y, además, de una confesión en un viaje hacia la memoria familiar, de que soy hijo de la posguerra española, en un tiempo en el que en mi pueblo, y en los demás pueblos, solo existían pobres y ricos, aunque más tarde aparecieron los de la llamada clase media.

Pulgarcito

En la vivienda de mis padres, en la calle Peligros de Corcubión, no existía una biblioteca en la que pudiese leer y formarme, a excepción de los manuales escolares obligatorios; así como el periódico La Voz de Galicia, todos los días, a excepción de los lunes; los tebeos de Pulgarcito, Roberto Alcázar y Pedrín o El capitán Trueno, y los libros del bachillerato. Y poco más...

Tampoco en el pueblo había una biblioteca pública en donde poder leer y descubrir mundos propios o ajenos, a excepción de la del Frente de Juventudes, y a la que mi padre no quiso nunca firmar la solicitud necesaria para poder afiliarme a la OJE y acudir a ella; tiempos de sotanas de los curas, las camisas azules de los falangistas, los uniformes militares y los correajes y tricornios de la Guardia Civil. Por eso, cuando tuve una cierta edad y pude acceder al Casino del pueblo, en tanto los demás jugaban a las cartas —poker, incluido—, al ajedrez o al dominó, yo me encerraba en el reducido habitáculo dedicado a biblioteca, conociendo allí, literariamente hablando, al escritor Alberto Insúa y a otros muchos autores que llevaron mi imaginación a otros mundos desconocidos, desencadenando la pasión de saber cosas nuevas, conocer los detalles de vidas y gentes que nos precedieron, y, además, querer contarlas. Y esas realidades tan diversas fueron llenando poco a poco mi pequeña y rústica mochila.

Marina Mercante

Dicho todo esto, las lecturas fueron la banda sonora de mi vida y por eso crecí echando la vista atrás, y de lo que, indudablemente, no estoy arrepentido de haberlas conocido. Igualmente, en un determinado momento partí con un puesto de Radiotelegrafista de la Marina Mercante para surcar océanos. Y luego desvié mi dirección para profesionalizarme en una entidad de ahorro. Un gran reto, sin duda alguna.

Más tarde, sin dejar mi última profesión sacrifiqué mi tiempo libre y revolví en mi mochila y también en la de los demás. Y encontré cristales rotos y los fui juntando y descubriendo vidas hechas de desgracias y derrotas. Y todo cambió con el paso del tiempo, claro. Después, mi trabajo me ancló a una realidad áspera en la que, como todo el mundo, perdí unas cosas y obtuve otras. Algunas de las expectativas de aquel tiempo llegaron a cumplirse; otras, que ni siquiera imaginaba, se hicieron realidad cotidiana; pero otras, se malograron. Y, es que, «para nacer —como dijo Hermann Hesse—, hay que romper el mundo». Pero, ¡aún hay tantas cosas y personajes que descubrir!...

Si, fue hace mucho tiempo, en otro siglo, en otra era. Y el proceso fue largo, pues han pasado varias décadas.

Hace algunos años, mis experiencias literarias me llevaron a que comprase, en librerías de viejo, todos los libros publicados por el Hijo Adoptivo de Corcubión, el escritor hispano-cubano, Alberto Insúa. Algunos son las de la dos imágenes que acompañan a este texto.

En fin, que la vida no es un cuento, aunque pueda parecerlo.