Cuando los helicópteros eran cosa de las grandes películas de acción, en Corcubión ya sobrevolaba una de esas hélices metálicas. Era del abuelo de un buen amigo, que lo trajo desde Brasil a España en un contenedor que terminó en el puerto de Barcelona. Le tocaba cruzar España a bordo de aquella pequeña máquina voladora y, preocupado por enturbiar otras rutas o encontrar obstáculos inesperados, decidió seguir el camino conocido y llegó hasta la Costa da Morte sobrevolando la carretera, sin desviarse del trazado dedicado a los automóviles.
Un sacrilegio para los teóricamente entendidos del mundo de la aviación y un sobrecoste para sus arcas personales por el aumento de coste y tiempo en el viaje. Voces que me imagino ahora reflejadas en las redes sociales si la historia fuese de la semana pasada. Miles de personas que no conocen absolutamente nada el caso, el contexto ni a la persona, indicándole qué debe hacer con su vida y cómo debe tomar sus decisiones. Seguramente, gente que lo más cerca que ha estado de un helicóptero es en el cine, en la última película de Tom Cruise. Pero la ignorancia es muy atrevida. No hay más que ver la actitud de un personaje como Javi Poves, al que las radios deportivas han concedido más espacio en el último mes que a Ana Peleteiro para que divague sobre sus teorías terraplanistas. El derecho a opinar es respetable, pero no todas las opiniones lo son. Y menos las que se infunden sin conocimiento para menospreciar a otras. Entre tanto odio, una certeza: aquel hombre llegó a Corcubión.