Sin duda que Corcubión siempre fue un pueblo de aluvión. Pertenecer primero al condado de los Altamira y convertirse después en cabecera de partido judicial, hizo que en el núcleo urbano residiesen, para administrarlo en el amplio sentido del término, los distintos cargos de la administración y los representantes del conde. Seres de carne y hueso que tuvieron el poder, pero la mayoría foráneos; y unos como aves de paso, pero otros fijando sus raíces y las de sus descendientes en la localidad de San Marcos. Y dejaron como huella sus residencias habituales levantadas durante su estancia, y muchas presididas por escudos heráldicos, o de armas, en las fachadas principales, tan de moda en aquellos tiempos; trozos de piedras grabadas que nos conectan prodigiosamente con lo que un día fue. Y aunque quemadas por los franceses en 1809, las edificaciones volvieron a resurgir como el Ave Fénix, y hoy, después de varios siglos y su desgaste, siguen levantadas con sus escudos con que blasonan su historia. Hasta diez podemos contar, imágenes reflejadas en estas páginas de hoy, trozos de piedras grabadas que nos conectan prodigiosamente con lo que un día fue.
Todo el mundo tiene un pasado, y el pasado de los escudos heráldicos está escrito en piedra. En el casco urbano se conservan esos pazos urbanos, que presentan blasones heráldicos en sus fronteras, «...con sus escudos de familias nobles por haber sido propiedad de varios títulos». El del campo de la Leña perteneció a familia de los Pazos, reconstruida sobre otra anterior. La vivienda hidalga de la plaza Castelao (la de “Baluja”) debió construirse sobre finales del siglo XVIII. La casa señorial de la rúa de las Mercedes se construyó, según reza en una inscripción del dintel, en el ano 1783... Y todos y cada uno de esos diez escudos aportan valiosas pistas para conocer nuestro pasado como pueblo, aunque los escudos heráldicos no son como los retratos de la gente común, que casi nunca deja rastro.