Las Huellas de la religión | En 1680 estaba terminado este templo coristanqués, sustituto de otro modesto
14 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En un día incógnito del año 1809, debido seguramente a un candil mal apagado, un grave incendio calcinó parte de la rectoral de Santa Baia de Castro, en Coristanco. Esto mismo explica el gran vacío documental que existe en el archivo de esta feligresía, que salvo algún volumen contado, se extienden todos a partir del siglo XIX. Con el incendio quedaron para siempre olvidados los nombres de los artistas, las fechas y los promotores de las obras emprendidas en la magnífica iglesia, cuya edificación se fijó hacia 1736 gracias a la deteriorada inscripción que se encuentra sobre la puerta. Sin embargo, gracias a la conservación de otras fuentes, como pueden ser las actas notariales, podemos ir más allá y aportar una serie de datos hasta ahora inéditos acerca de este templo, que supone —como fue indicado en un artículo anterior— un ejemplo sobresaliente del barroco rural de Bergantiños, que este año cumple su 360.º aniversario.
A mediados del siglo XVII, la iglesia de Castro —a juzgar por las descripciones— constaba de una arquitectura más bien modesta, angosta y con todas las trazas de mantener su fábrica medieval. Ante la necesidad que presentaba, el párroco, el licenciado Antonio Rodríguez Villanueva, que desempeñó el cargo de arcipreste y fue el fundador de la capilla del lugar de As Salgueiras (Seavia), determinó construir «una iglesia mayor y espaciosa, para lo cual el provisor de la ciudad de Santiago tenía dado licencia para que se hiciese». Así, el 6 de abril de 1665, junto a la iglesia, concurrieron de una parte el cura Rodríguez Villanueva; Alberte López Rato, feligrés de Castro y fabriquero aquel año; Alberte García, vecino de Gatiande; Pedro García do Gando, vecino de Valenza, y Payo (también aparece como Pablo) Rodríguez Pastoriza, estudiante en la Universidad de Santiago, vecino también de Castro y seguramente pariente del párroco. Como nota aparte, este Pablo Rodríguez fue ordenado sacerdote en 1677, y fue el único presbítero del que hay constancia como nacido en esta parroquia.
De la otra parte comparecieron los canteros Andrés de Castro y Bartolomé Loureiro, vecinos de Santiago de Compostela, que acudieron por concurso a la edificación del templo, y previamente para hacer la escritura de fianza ante el escribano Juan Fernández Cancela (Archivo General de Protocolos, prot. 315, fol. 26 rº). En este documento determinaron hacer la iglesia que vemos actualmente, su presbiterio, nave principal, sacristía, campanario, escaleras, tarimas de los altares, baldosados, la pila de bautizar, las pilas del agua bendita y el crucero que se sitúa a unos 300 metros arriba de la carretera general.
Materiales
Toda la obra fue hecha «de cantería por la parte de afuera, con su cornija de papo de paloma bien hecha, y por la parte de adentro de piedra de pizarra, caleada y bien compuesta». Entre el presbiterio y la nave tendrían que alzar «un arco de cantería bien hecho de la misma altura que el coro, que salga para la nave de la iglesia». También hicieron una fachada, que sería derruida en 1736 para hacer la actual. La anterior fue establecida con estos parámetros: «La puerta principal de dicha iglesia ha de ser de arco, uno de fuera y otro por dentro, de piedra de cantería, y encima de la puerta de la parte de afuera una caja para una imagen con su arco y moldura». La obra fue tasada en 5.200 reales de vellón, ordenando varios plazos para la satisfacción de esta cantidad: 500 reales al empezar a romper la piedra en los montes y 500 reales cada mes que trabajen hasta dar por completada la deuda.
Dar lo necesario
Los feligreses y el párroco se comprometieron a proveer a los canteros del barro necesario, cal, arena, piedra menuda, madera para estadas, clavos y a darles la iglesia vieja desarmada y vacía, puesto que para abaratar costes se empleó la piedra que esta contenía. No sabemos la cantidad de oficiales que trabajaron durante la obra, quebrando, tallando y colocando la piedra de los muros, pero por otras iglesias de la diócesis, sabemos que las cuadrillas de obreros solían ser considerables. En la iglesia de San Tirso de Cando (fol. 101 del libro de fábrica), edificada entre 1741 y 1744, gracias a la sensibilidad del párroco tenemos constancia que trabajaron en los «ochocientos doce días de trabajo de los canteros (…) hubo ocho mil ochenta y nueve oficiales, incluso el maestro de la obra Francisco Fontenla».
En la contratación no está muy claro el límite de entrega de las obras, por las expresiones y falta de signos de puntuación acertados, dado que en un punto se cita que tenían que estar hechas para la Navidad de aquel año 1665, y teniendo en cuenta que la escritura fue hecha a inicios del mes de abril, los canteros solo contarían con ocho meses para dar la obra por finalizada, cosa que parece bastante difícil. Lo que está claro es que en 1680 la obra estaba totalmente terminada, ya que el cantero Andrés de Castro puso pleito al licenciado Villanueva y a los feligreses por los pagos hechos, que superaron con creces la primera cantidad con que habían sido tasadas las obras (notario Gregorio Varela, prot. 777, fol. 29 rº, año 1682).
En 1736 se emprendió otra campaña constructiva en la iglesia de Castro. En esta se hizo una nueva fachada, que podemos asimilar a la estructura de un retablo, que se divide mediante columnas estípite en calles y cuerpos para dar espacio a cinco imágenes del santoral: sobre la puerta se encuentra la imagen de Santa Eulalia, réplica de la que se encuentra en el retablo mayor, a nuestra mano derecha se halla la imagen de santa Bárbara, colocada para ahuyentar la acción de las tormentas sobre el templo. En el lado contrario, se identificó esta con santa Clara, de la que tengo serias reservas: lleva hábito carmelitano, con escapulario, libro, pluma de escribiente (que se diferencia de forma clara de la forma de las palmas de las mártires anteriores) y una especie de bonete. Podríamos pensar que se podría tratar de santa Teresa de Jesús, que aunque fue proclamada doctora de la Iglesia en el siglo pasado, ya se le representaba con el birrete en pinturas del siglo XVIII.
Más imágenes
En la parte inferior nos encontramos con san Antonio de Padua a nuestra mano derecha, y a la izquierda a san Francisco de Asís, estigmatizado, colocado en esta fachada en conmemoración de la onomástica del cura de aquel entonces, Francisco de Soto, fallecido en 1745. La fachada es obra de los canteros Antonio García y Alonso Diz, provenientes de A Terra de Montes. Del antiguo frontis quedaron varias inscripciones en unos bloques de piedra reciclados en el portal de la esquina del atrio, que algún día trataremos de transcribir, pero que certifican que la obra fue hecha en 1665.