Toronto, Malta, Madrid, Rumanía, Bulgaria, Croacia o Turquía fueron algunas de las paradas de esta pontecesana de 29 años antes de embarcar como fotógrafa de cruceros en el más grande del mundo, el «Allure of the seas». Acaba de llegar del Caribe, se irá en breve para La India de vacaciones y, después, para Alaska y el Pacífico, de nuevo en crucero. Siempre tuvo alma de viajera y espera que algún día le pase «o nervio de viaxar». La Red le facilitó encontrar todas estas oportunidades
03 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Raquel Uxía Varela Lema (1987) es la definición perfecta de lo que significa non ter parada. Eso es exactamente lo que le dice su madre, y ella reconoce riendo que en gran medida es verdad. Lo hace, por supuesto, con esa alegría y esa satisfacción que da no tener que arrepentirse de haber renunciado a vivir algo que en ese momento le apetecía. Raquel Uxía -según donde sea la conocen por uno u otro nombr-? ha ido cumpliendo sueños, «aínda que soe algo cursi así dito». Es de A Bugalleira (Ponteceso), pero en realidad es también un poco del mundo: «Son un perigo con Internet diante», confesará algo más tarde, y será fácil ver por qué. Con permiso de las clases en la unitaria de Tallo y en el colegio e instituto de Ponteceso, fue su paso por la Escola de Imaxe e Son de A Coruña el que acabaría marcando, en cierta medida, su futuro. Directa o indirectamente. Quería ser operadora de cámara y ya de pequeña se imaginaba peregrinando «por aí» para contar historias: «Sempre quixen vivir algo no estranxeiro», añade.
Le gustó la rama de Sonido. Así pudo hacer prácticas y trabajar no solo en Radio Voz -Bergantiños incluido-, sino también en una televisión local. Compaginaba estas tareas por la mañana con los estudios de Imaxe, por la tarde. En esas estaba, con un trabajo y más estudios en marcha, cuando por casualidad -y ahí entra Internet- se topó en la Red con los centros gallegos por el mundo. Debía de tener unos 22 años y ya entonces había viajado a Toronto y Malta por cursos de inglés. Escribió a unos cuantos centros, explicó quién era, comentó que bailaba (baile tradicional, pandereta...) y esperó. Le contestaron «ao momento» y fue precisamente de Toronto, «un lugar que me encantara». Le decían que una profesora se iba a ir por maternidad, por lo que podrían recibirla. Se fue a Toronto para seis meses y acabaron siendo casi dos años. En todo ese tiempo -aunque su madre la visitó- no regresó a casa y lo disfrutó bien, dando clases en fines de semana, de español o de baile, incluso a nietos de gallegos emigrados en su día. Por la semana, para ganarse un poco más la vida, trabajaba en una panadería portuguesa, donde aprovechó para aprender el idioma: «Din que o portugués é moi parecido ao galego, pero ao primeiro cando o xefe me mandaba facer algunha cousa non me enteraba de nada», ríe.
«Paparazzi»
Tocó volver y enfrentarse a eso de «non sei que facer». Quería retomar los estudios de Imagen que había aparcado, pero los módulos habían cambiado. Entre unas cosas y otras encontró un curso específico de operador de cámara en Madrid, y allá se fue. Pasó seis meses de prácticas en Europa Press y después otros cuantos más, «na área de corazón». Ejerció de «paparazzi». Entre otras cosas, como cubrir preestrenos de película y hasta los Premios Goya, pasó horas delante de la casa de Ortega Cano antes de su ingreso en prisión; y también corrió detrás del cantante Dani Martín cuando iniciaba amores con Blanca Suárez, o del actor Hugo Silva. Del primero se acuerda especialmente, el segundo le sorprendió para bien por su amabilidad (hasta le dejó tiempo para preparar cámara y luz), y el tercero, no tanto. De todo sacó lo bueno: «A nivel de cámara e profesional, aprendín de ser paparazzi, era mellor que calquera cousa. Correr, coller velocidade, que o plano che quedase fixo...».
De vuelta en casa, de nuevo con Internet delante, encontró proyectos de movilidad ligados al Erasmus+: intercambios juveniles, cursos de formación y voluntariado europeo. Por esta vía se fue a Rumanía, a Bulgaria, a Croacia y a Turquía, donde hizo varios proyectos relacionados con la multiculturalidad. Por Turquía andaba cuando vio que demandaban fotógrafos para cruceros. Pasó entrevistas, solventó trámites y papeles y en agosto del 2016 se fue a Miami para un curso. Lo superó sin saber aún a dónde se iba, así que en su maleta metió verano e invierno. Embarcó en el Allure of the seas, el crucero más grande del mundo, y en él pasó nueve meses, recorriendo el Caribe. Hace unas tres semanas que llegó a Ponteceso, pero aún seguirá... «Espero que algún día me pase o nervio de viaxar», avanza.
«No ‘Allure of the seas’ ían unhas 6.000 persoas, máis que habitantes hai en todo Ponteceso»
Raquel tiene un hermano pequeño, acabando ingeniería informática, que para nada siente tal ansia de moverse. Explica que cuando se fue a Toronto la primera vez sus padres se lo tomaron con algo de preocupación, pero que, visto lo visto, a día de hoy ya están «acostumados». «A ver que inventaches agora», le dice su madre. Y ese ahora, de momento, son unas vacaciones en La India, a donde se irá en breve. Después embarcará de nuevo. Lo hará en un crucero más pequeño, porque así lo solicitó, también para cambiar de ruta: seis meses en los que pondrá rumbo a Alaska, cruzará el Pacífico y se acercará quizás a Australia. «Espero saber estar quieta algún día», apunta riendo.
Tanto movimiento -y ello sin contar los rincones vistos en vacaciones- le ha permitido irse enriqueciendo de culturas, de inglés, y, también, disfrutar de las cortas vueltas a casa: «No futuro penso que me gustaría vivir aquí, ter a familia cerca... Pero non sei o que me vai deparar a vida. A Bugalleira é a miña casa, e aquí síntome cómoda, aínda que sexa un sitio pequeno. No Allure of the seas eran unas 6.000 persoas, máis que habitantes hai en todo Ponteceso».
Quería viajar, y lo ha hecho. Querría vivir en el extranjero, y también. Por el camino solo hay una cosa que no lleva bien, y son las maletas: «Sempre lle digo a miña nai que me axude, aínda que só sexa estando alí mentres eu as fago». Con el tiempo aprendió a llevar lo menos posible. Una sola le bastó para el crucero y es al volver cuando, de experiencias, viene cargada.