El empate del Rico Pérez ha dejado al Lugo prácticamente con la salvación en la mano. Solo una catástrofe podría sepultar al equipo rojiblanco en Segunda B: perder los dos partidos que le restan (Eibar y Mirandés, por este orden, fuera y en casa); que algunos de los que están por debajo ganasen los seis puntos que restan en juego, y que una carambola prácticamente remotísima permitiese a Alavés, Girona, y Real Madrid Castilla (ahora mismo los que ocupan plaza de descenso, con Hércules ya desahuciado) superarlo. Si bien el Lugo pierde todos los posibles empates con estos tres rivales, tampoco hay que olvidar que Mallorca (47), Real Jaén (48), Mirandés (50) y Ponferradina (51) no están exentos del peligro de descenso. Y, de ellos, el Lugo los supera a todos en el golaveraje parcial, menos al Mirandés, último visitante del Anxo Carro. Además, hay varios cruces entre ellos, como un Alavés-Jaén o Ponferradina-Girona, por ejemplo. Para los lucenses, un punto más sería definitivo para salvarse. Y sin él, puede bastarle. ¿Por qué no aguarle la fiesta del ascenso al Eibar en Ipurúa, donde ya no se juega nada? Hay algo incuestionable: la aritmética nos muestra que, frente a los 27 puntos de la primera vuelta, hay 24 de la segunda a falta de dos jornadas para el epílogo. El Lugo ha hecho los deberes de la permanencia con una equidad casi absoluta, a falta de esas dos jornadas. Habría que hablar de irregularidad, si miramos hacia arriba. Irreprochable, no obstante, si lo hacemos hacia abajo. ¿No era y es este el objetivo: la salvación? Otra cosa es haber acariciado en algún momento el sueño de una promoción de ascenso, que lo hubo, sin duda. Pero de ahí a olvidarnos de quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, es tanto como engañarnos a nosotros mismos. El Lugo está a punto de prorrogar su militancia en una élite envidiable por tercera temporada consecutiva. Algo inaudito en nuestra historia. Chapeau, pues, para la gestión que lo hizo posible. Nadie puede estar descontento.