De la cumbre del clima de Copenhague es muy probable que no salga un tratado vinculante que establezca obligaciones claras de reducción de emisiones para todos los países firmantes y dé continuidad así, de una forma o de otra, al Protocolo de Kioto, que expira en el 2012. Este era el mandato de la Convención de Bali celebrada hace dos años, pero que no se alcance el objetivo no significa que el compromiso que saldrá de la ciudad danesa, más político que jurídico, suponga un fracaso.
Existe un elemento positivo. Por primera vez, países como China, India o Brasil están dispuestos a hablar de reducción de emisiones, lo mismo que Estados Unidos, el gran ausente de Kioto. Sin su implicación en las negociaciones cualquier acuerdo sí que sería un fracaso, pero este no parece ser el caso. Copenhague será algo más que papel mojado, solo que si a continuación no se actúa rápidamente para alcanzar a corto plazo un tratado vinculante de poco servirán las positivas expectativas que ahora se han abierto.
El calentamiento, pese a los escépticos y los tramposos de uno y otro bando, no se detiene. Y la política va muy lenta.