Luis Piedrahíta no necesitó hacer juegos de magia para meterse en el bolsillo a los centenares de escolares de toda Galicia, que desde el martes pueden asistir a los conciertos didácticos que ofrece la Orquesta Sinfónica, y que tuvieron como hilo conductor el relato Diario de una pulga , escrito por el humorista coruñés. Antes de que este se subiera al escenario del Palacio de la Ópera, primero lo hicieron los músicos de la OSG y el maestro Manuel Valdivieso, quien recordó que las piezas que iban a interpretar estaban basadas en El carnaval de los animales , de Camile Saint-Saëns, «que las creó para divertirse él mismo, para que se divirtieran los músicos que las tocaban, y para que se divirtiera el público».
A continuación, salió Luis Piedrahíta, que solo con su presencia arrancó los aplausos de los estudiantes, algunos de los cuales se preguntaban: «¿Es el dios?». «No, es el rey de las pequeñas cosas», les aclaraba un compañero del IES Fermín Bouza Brey de Vilagarcía. Con un «jovenzuelos y jovenzuelas, bestias indómitas todas», el humorista pudo escuchar las primeras carcajadas del público, a las que siguieron más cuando se puso a describir el original viaje realizado por la pulga Sara Sarcopsila, que tenía la gran ilusión de poder esquiar en Baqueira.
Para ello, primero se fue al Congreso de los Diputados, porque sabía que sus inquilinos acudían frecuentemente a esta pista de esquí; pero, se confundió los leones de la entrada, con uno de un circo, «y me quedé enredada en la melena, siempre temiendo que pudiera haber un incendio forestal en esta cabezota». La pulga decidió cambiar de transporte, y saltó encima de lo primero que vio: un gallo, «que es como vivir encima de un despertador. Cada mañana, a las siete, quiquiriquí...».
Cada descripción de un animal era seguida de una pieza musical, que también imitaba las características del mismo, como hizo el pianista para poner ritmo al hemión, «que es un animal tan veloz que la mayoría de la gente cree que es borroso», apuntó Piedrahíta. Una tortuga a la que el banco le hipotecó su casa-concha; un elefante con ducha incorporada y con dos colmillos-toalleros; un canguro con riñonera y un pez de colores que no desteñía fueron otros de los amigos que Sarcopsila encontró en su camino, hasta que descubrió la mejor cordillera que se podría imaginar: el cuello de un cisne, «la pista de esquí más deliciosa, blanca, larga y plumática , y mejor que Baqueira Beret».