Estos son tiempos de barcas varadas y de avisos a navegantes. El pasado abril, el mayor banco de Europa, el HSBC, dejaba caer en los medios británicos que podría abandonar el Reino Unido si los laboristas ganaban las elecciones. Era un «que viene el lobo» en toda regla. Asustaba más un posible cambio en la regulación bancaria que el referendo para salir de la Unión Europa. Los conservadores lograron la mayoría absoluta en las urnas. David Cameron ya ni siquiera necesitaba la muleta de los liberales. Pero, a pesar de todo, el lobo vino igual. Menos de dos meses después de la amenaza, el banco anuncia que Asia es su horizonte y que recortará miles de puestos de trabajo. Concretamente, 8.000 empleos británicos. Un buen mordisco. Seguramente inesperado para los que han seguido el guion y son los dueños de uno de los grandes casinos económicos del mundo, la City.
El HSBC quiere lavar su imagen y recortar gastos. Dicen sus ejecutivos que «el mundo ha cambiado» y que ellos tienen que adaptarse al nuevo mapa. Atrás quedan multas millonarias por lavado de dinero y por maniobras ilegales para manipular el mercado de divisas. Como buen gigante que es, se sacude con fuerza el barro de los pies. En ese tipo de movimientos es normal pisotear pequeñas briznas de hierba y diminutas hormigas. El gran capital es como un pionero del Oeste americano. Busca nuevas fronteras. Su patria es la siguiente oportunidad de negocio. Ante todo, transparencia clarísima, que diría alguno.
Y va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, y allá a su frente Estambul...