No importa que en el 2008 viésemos volar por los aires los pedrolos de la costa en la zona de las Esclavas. Tanto da que aquella noche del 2009 Klauss hiciera sonar tan fuerte el viento que alguno se convirtió en uno de esos dibujos animados que se agarran a una farola mientras las piernas no resisten. O que se vinieran abajo tramos y tramos del paseo marítimo hace tres años. Nada impactó tanto como el Hortensia, el padre (o más bien madre) de todos los ciclones, temporales y demás rugidos de la atmósfera. Al menos para nosotros.
Aquello fue como La Guerra de los Mundos, pero con aviso previo. La situación era de alerta total en toda la ciudad. Nos lo dijeron nuestros padres. Nos los advirtieron en el colegio. En las escaleras, si te encontrabas con un vecino, no se hablaba de otra cosa. Iban a suspenderse las clases. No se podía salir de casa. Había que cerrar las ventanas a cal y canto. Incluso hablaban de no tener encendida la televisión o los electrodomésticos. Algunos iban más allá, haciendo aprovisionamiento de comida por si la cosa se alargaba.
Corría 1984. Empezaba octubre. No existía una referencia anterior. No sabíamos muy bien qué era un ciclón. La meteorología nos iba a dar una clase práctica. «Es como un huracán, pero más pequeño», comentaban en el colegio. Pero la importancia que se le daba y la situación de excepcionalidad que se había creado alrededor, obligaba a retirar cualquier intención minimizadora. En la mente de los que éramos críos aparecían coches patas arriba, iglesias derruidas y personas arrastradas.
La noche del día 3 nos fuimos para cama con esa inquietud. Hortensia empezaría a soplar de madrugada con vientos de más de 150 kilómetros por hora. No sabíamos la ciudad que íbamos a encontrarnos al día siguiente. Recuerdo, al despertar, ir corriendo a la ventana del salón para mirar a hurtadillas. Se podían ver bolsas y papeles volando al capricho del viento. La acera, casi vacía. Más tarde, después de comer cuando todo se había calmado, me llevaron a Cuatro Caminos. Allí habían caído algunos árboles del jardín. En la televisión, sin embargo, se veían cosas peores. Y en La Voz del día siguiente, aún más. Un hombre de 77 años había muerto por el impacto de una teja caída. Un edificio se había venido abajo en Panaderas. Y hubo numerosos daños en inmuebles tan emblemáticos de la ciudad como el Palacete de Santa Margarita, Salesianos o el Cine Goya.
Durante mucho tiempo estuvieron ahí presentes las cicatrices de su paso, con vallas asegurando fachadas o árboles levantados con su raíz desnuda. Desde luego, para todos los coruñeses hay un antes y un después del Hortensia. El padre (o más bien madre) de todos los ciclones, temporales y demás rugidos de la atmósfera.