Vargas Llosa en las gradas de Riazor

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

11 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Frente al cuartel de Atocha resiste el bar Mundial 82. Se cumplen ahora 35 años de aquel fiasco absoluto de la selección española y ahí sigue el cartel. Me parece un entrañable y heroico acto de resistencia dejar que ese neón permanezca. Por eso, de vez en cuando paro allí, pido una cerveza y me acodo en la barra, como rindiendo homenaje al gol de Tardelli, del que tanto nos alegramos los que no creemos que el fútbol sea una cosa que inventaron los ingleses a la que siempre ganan los alemanes.

Los niños coruñeses de entonces, cuando paramos a abrevar en Atocha y alrededores, nos acordamos mucho de Tardelli y de Paolo Rossi. Pero sobre todo nos acordamos de un polaco calvo y jugón llamado Lato. Ahora ya casi no hay jugadores calvos. Hay cabezas relucientes sobre el césped, pero no calvos patilludos, porque la alopecia no vende camisetas ni derechos televisivos.

A los chavales de Peruleiro nos tocó un Mundial en el barrio, que ya es decir, y allá fuimos a ver el Perú-Polonia en Preferencia, porque la Grada Elevada, que era nuestra grada, había volado por los aires para hacer un estadio a la medida de la FIFA. En algún momento de la vida -esa cosa que pasa mientras vas de casa en casa- perdí esa entrada, pero me acuerdo de que Polonia iba de rojo (el Telón de Acero aún era el Telón de Acero) y Perú vestía como el Rayo. Se suponía que teníamos que animar al Rayo, o sea, a Perú, por eso de que hablaban español y tal, pero enseguida vimos a Lato tomar posesión de la banda derecha y ya nos pusimos del lado del calvo, el gran culpable del 5-1 que le cayó a los peruanos. Y ya fuimos de Lato para toda la vida.

Aquel 5-1 se me aparece aún hoy sin previo aviso, como el neón del bar Mundial 82. Hace poco lo encontré en una novela que acaba de publicar Richard Parra, un escritor peruano al que persiguen los fantasmas de aquella tunda histórica. El que todavía sueña con Lato es otro novelista peruano, Mario Vargas Llosa, que esa tarde estaba en Riazor escribiendo su crónica para La Voz. En 1982 Vargas Llosa ya era Vargas Llosa y anotaba en estas páginas cosas así:

-En los primeros cincuenta minutos de juego -es decir, hasta el primer tanto polaco-, compadecidos de los millares de peruanos que en las tribunas del Estadio de Riazor de La Coruña sudaban hiel, Santo Toribio de Mogroviejo, Santa Rosa de Lima y la beatita de Humay mantuvieron cerrado el arco que defendía (¿defendía?), con más gritos estentóreos que con actos, el portero Quiroga.

Hoy mismo se cumplen 35 años de la final Italia-Alemania. Vargas Llosa está a otras cosas y el infame Naranjito se ha apuntado a la Santa Compaña. Pero nos queda la memoria del calvo Lato pulverizando la banda en Riazor. Y en Atocha resiste, ahora y siempre, el Mundial 82.