Médicos del Chuac operaron en Liberia «tumores del tamaño de un balón de fútbol»
13 mar 2019 . Actualizado a las 10:01 h.En pleno corazón del riesgo, allá donde el ébola hizo que Liberia se colase en todas los telediarios, también ha llegado la solidaridad coruñesa. Y lo ha hecho para llevar algo más que consuelo. La cirujana plástica Eugenia López Suso y el anestesista Manuel Díaz Allegue, ambos del Chuac, se sumaron a la pequeña expedición organizada por la Sociedad Española de Cirugía Plástica y la Fundación Juan Ciudad para operar en Monrovia a quienes, sin alternativas, a menudo se resignan a esperar la muerte «Hemos visto tumores del tamaño de un balón», resume López Suso.
Con ambos especialistas viajaron también otros dos cirujanos, Margarita Novoa, del hospital Povisa, y Manuel Romaní, de Cataluña. Juntos dedicaron quince días de sus vacaciones a sobreponerse al asombro por tanta necesidad y tratar a quienes se acercaban, desde todo el país y a veces cubriendo largas distancias, hasta el hospital Saint Joseph, el mismo en el que, en el 2014, se contagiaron nueve profesionales. «Algunos están allí mismo enterrados», dice Eugenia. Entre ellos estaba el misionero Miguel Pajares, el primer español que contrajo el virus, que fue repatriado antes de fallecer y en cuyos cuidados, ya en Madrid, participó la enfermera Teresa Romero, el primer contagio fuera de África.
«Allí la sanidad no existe, las enfermedades siguen su curso, su naturaleza», cuenta. De ahí los tamaños de los tumores, las antiguas secuelas de abrasiones y las quemaduras agudas que se encontraron. «Vimos un tumor como una pelota de fútbol -repite-, le cubría el cuello y parte del hombro», dice sobre hasta dónde puede crecer el mal en un país donde la muerte, de media, llega antes de los 60 años.
Las condiciones de vida explican, por ejemplo, que muchos de los pacientes se habían quemado buscando calentarse en una ciudad en la que la mayoría de las casas no tienen luz. Los escasos aparatos de que disponen son tan antiguos que fácilmente causan accidentes y, además, «hay muchas quemaduras por ácido porque allí es una forma de agresión y suelen arrojarlo a la cara. Es terrible, el primer día vimos a un niño de 17 años que le había pasado dos meses antes: y allí estaba, en su casa, con la cara quemadas sin poder cerrar los ojos...», relata.
Trata López Suso de reflejar la situación de una población recurriendo al símil con Calcuta: «Hay mucha gente viviendo en la calle, y muchos huérfanos por la guerra civil primero, y por el ébola después. Están en la calle sin ninguna protección, sin escolarizar, sin medio alguno...». Y sin más perspectiva que seguir así. Ese era el caso del joven quemado, con la cara en carne viva, y esperando a no se sabe qué, hasta que supo que llegaban los médicos españoles. ¿Cómo se enteró? «Cuando decimos que vamos a ir, colocan carteles en los árboles, y se lo van diciendo unos a otros, se comunican por radio, y la gente se pone en marcha».
El «Spanish team»
El equipo, al que llamaban el Spanish team, atendió a 150 pacientes. El más joven, un bebé de 4 meses. El mayor, toda una rareza en Liberia: tenía 74 años. Operaron a 80. «No paramos, desde las ocho de la mañana a la noche, y sin medios, no teníamos ni vendas, íbamos apañando con los esparadrapos», relata. Contaron con el apoyo del personal local, gente que «se entrega, ayuda muchísimo, tiene mucha voluntad, pero hay cosas que no saben porque no han recibido formación, es una pena», considera.
Para López Suso fue su primera vez en Liberia. Este año «volveré», asegura. Lo hará además tratando de llevar un equipaje lleno de ayudas técnicas. Como esta vez, que consiguió reunir más de 200 kilos de material, desde suturas a guantes y pomadas.
«En todo el país solo hay un anestesista: los que consiguen formarse, se van»
El hospital de los hermanos de San Juan de Dios en el que trabajaron es una pequeña construcción con 40 camas «si se pueden llamar camas -apunta- son unos camastros con mosquiteras». Porque en Liberia «hay mosquitos y calor». En torno al centro se sitúan las casas, una especie de cabañas. Por suerte, «la nuestra tenía luz».
Un dato da idea de la tremenda precariedad del país: «En toda Liberia solo hay un anestesista, los que consiguen formarse, en cuanto puede se van», explica la cirujana coruñesa. De ahí que su trabajo lo lleven a cabo, también limitadamente, las enfermeras. En estas circunstancias, Allegue fue «nuestro salvador», recalca López Suso.
El quirófano tenía un respirador, todo un lujo. «Podía parecer como uno de los nuestros, pero resulta que no hay gases, ni oxígeno ni nitroso, de nada te sirve si no tienes una bombona que enchufar». Había también un bisturí eléctrico, otro lujo, pero funcionaba mal, se paraba. Es una imagen, dice la cirujana, que refleja el sino del país: «Nada funciona, y nada se arregla, las neveras no encendían tampoco». La colaboración internacional que tanto esperan, de nada sirve cuando deja de funcionar equipamientos básicos, porque no hay repuestos y «no tienen capacidad para reparar nada»
Así las cosas, el trabajo de los sanitarios parece más que necesario. «Tengo claro que volveré», repite la cirujana coruñesa. De lo mucho que se dejó no habla demasiado, pero sí de lo que se trajo de su experiencia africana. Lo dice en una foto con el bebé de cuatro meses en brazos. «Tenía sindactilias congénitas (los dedos de los pies unidos), lo operamos ¡y quedó genial! Participar en una misión humanitaria como esta es lo más gratificante que hay».
El «maná» de la ayuda internacional
El ébola sigue muy presente entre la población. Aún a pesar de que ahora mismo el temido virus solo está activo en el Congo, «tienen totalmente asumido que son zona de riesgo». Cuenta López Suso que el pequeño hospital en el que estuvieron está lleno de aquellos trajes blancos y las mascarillas, «y están mentalizados con el tema de la desinfección para evitar que se vuelva a propagar. El problema es cuando se les acabe la ayuda», piensa, ya que el país no tiene capacidad para generar casi de nada. «Viven esperando la ayuda internacional como el maná del cielo». La renta per cápita es ridícula y funciona el intercambio para sobrevivir. «Comen una vez al día, y básicamente arroz y plátanos; no es que veas hambre, sí necesidad, no hay rastro de industria, es una vida un poco como de la Edad Media». El día a día en la calle es peligroso, y quien puede vive en un condominio, una especie de pequeña urbanización de bungalós con cierta vigilancia.