Discos Portobello, algo más que una tienda

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

La magia venía de la mano de la persona que murió el pasado martes: Jaime Manso. Un hombre culto, amable y generoso

12 jul 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Era una de las sensaciones más excitantes que recuerdo de la adolescencia. Enfilar San Andrés, torcer en la Rúa Ciega y meterme en Discos Portobello. A los 13 años ya tenía claro que había encontrado mi mundo. Adoraba a U2 y allí lo tenían todo. En el verano de 8.º de EGB a 1.º de BUP me compré la discografía completa de los irlandeses, semana a semana ahorrando la paga íntegra. También los maxisingles y un montón de discos piratas grabados. Salir de allí con una de esas bolsas blancas con el logo de la tienda y aquella leyenda de «ciudad de La Coruña» equivalía a la felicidad total.

Portobello tenía algo especial. Parecerá una tontería, pero aunque fueras un crío de 13 años te trataban como a una persona. Te dejaban probar los discos. Te recomendaban cosas en función de tus gustos. Te saludaban de buen rollo al entrar. Acostumbrado a ser un ente molesto o sospechoso en otros lugares, aquello era la gloria. Además, allí se encontraban todos los discos que salían en las revistas. Resulta difícil de explicar desde el 2019, pero estar viendo en papel la portada de un disco y, de pronto, tenerla ahí en tus manos, con su acabado brillante y su diseño a tamaño real, aceleraba el corazón.

El problema, claro, lo ponía el dinero. En Portobello resultaba un pero relativo. A finales de los ochenta los elepés costaban 1.000 pesetas y 1.200 cuando eran de carpeta doble. «Solo tengo mil», decías con el War abriéndose en tus manos. «No te preocupes, llévatelo igual». Nacho Mora (Elephant Band, Meu), recordaba que compró el Quadrophenia de The Who en plazos de 100 pesetas. Desde esa microeconomía preadolescente veíamos a los discjockeys probando discos y poniéndolos en un montón para llevárselos. Literalmente, se te hacía la boca agua.

Todo ese ambiente abría un maravilloso paréntesis en aquella adolescencia cutre de pijos, discotecas de por la tarde y peleas a todas horas. Lo recordaba Xoel López ayer en Radio Voz. Te fijabas en lo que cogía el de al lado, pensando en que podías congeniar con él. Ponías la oreja a ver de qué hablaban. Yo, por ejemplo, me enteré allí de la disolución de Los Eskizos. Posteriormente, puse a la venta allí mi primer fanzine de fotocopias donde hablaba de esos Eskizos. Y, bueno, una de las escisiones del grupo, High Time, publicaron su single de debut financiado por Portobello. Indico esto como una pequeña cadena de las muchas que generó un sitio mágico.

La magia venía de la mano de la persona que murió el pasado martes: Jaime Manso. Un hombre culto, amable y generoso que decidió abrir una tienda de discos en una pequeña ciudad con el mismo espíritu de una gran capital. De paso creó un punto de encuentro, un motor de proyectos y un expositor de sueños. Sin él A Coruña hubiera sido peor. Sin duda.