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El porrón bastardo, un pato algo diferente

Antonio Sandoval Rey A CORUÑA

A CORUÑA

CEDIDA

Un ejemplar de esta especie buceadora visita estos días las aguas del embalse de Cecebre

13 mar 2020 . Actualizado a las 22:15 h.

 «Una vez que identificas qué lo diferencia de los porrones moñudos con los que anda, ya no lo confundes más con ellos. Para empezar, no es marrón como las hembras y los jóvenes. Luego, no tiene ese moño que da su nombre a los machos. Finalmente, su dorso es gris, no negro. Con esas claves, ya puedes tener la seguridad de que es un porrón bastardo. Fíjate además en los detalles del pico, y...».

Algo así le iba contando yo a un amigo con quien fui esta semana de paseo por la orilla del embalse de Cecebre, mientras él miraba en silencio por mi telescopio.

Le pregunté si había advertido esas diferencias. Vi que dudaba. Por fin se giró hacia mí y me comunicó con sorpresa: «Se ha hundido».

«Es que todos los porrones son patos buceadores», le expliqué. «Se alimentan de la vegetación, de invertebrados del fondo...». Mi amigo asintió con la cabeza y comentó que era como si vivieran flotando sobre una enorme ensaladera.

La lluvia nos había dado una tregua. El viento revolvía la superficie gris de las aguas, en la que los porrones se balanceaban como lanchas en blanco y negro. Sus ojos, de un amarillo muy vivo, eran la única nota de color a través de mis prismáticos.

El bastardo era siempre el último de su grupo en desaparecer bajo las olas. Tras nosotros, cantaban un zorzal y un petirrojo. Sus melodías nos llegaban mezcladas con las protestas en voz baja de las ramas de los sauces, sacudidas por el aire. Hacia el suroeste las nubes volvían a oscurecerse.

«Vamos a tener que irnos», avisé a mi amigo. Pero él seguía mirando a través del telescopio.

 De muy al norte

«¿De dónde viene este?», me preguntó. Respondí sintéticamente que de muy al norte, acaso de regiones como Islandia o Escandinavia. Luego me acordé de una anécdota que pensé que le haría gracia: hasta hace un tiempo, en la ría de Edimburgo se concentraban cada invierno cerca de 30.000 porrones bastardos. Parte de ellos se aprovechaba de los restos de grano que llegaban al mar desde las fábricas de cerveza y las destilerías que, a la vez, perfumaban algunos barrios de aquella ciudad de un aroma inconfundible.

«Bastard! En inglés eso es un insulto...», me apuntó, «se escucha cuando las conversaciones suben de tono en los pubs. Entonces, alguien deja su pinta en una mesa y...».

Nos reímos de nuevo. Comenzó a llover. Abrí mi paraguas y nos cubrí a ambos. Él seguía mirando por el telescopio «Sí, es verdad que es gris por la espalda, y no negro, como los otros».

 Bajando al fondo

Los porrones continuaban bajando al fondo a por su ensalada. Yo, con el paraguas zarandeado por el viento en la mano, no podía ya mirarlos por mis prismáticos. Y estaba claro que no nos íbamos aún.

«¿Y dices que el pico es también diferente?». Me preguntó mi amigo.