El inmueble, que afortunadamente ha conservado el apellido del ilustrado coruñés y nunca adoptó el nombre de sus actuales inquilinos, es tatuado cada cierto tiempo por un grafitero algo apresurado
15 sep 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Con la sentencia que obliga a la familia Franco a devolver al Estado las torres de Meirás, han vuelto las pintadas reivindicativas a los muros de la otra propiedad que los herederos del dictador tienen por estos pagos. La casa Cornide, que afortunadamente ha conservado el apellido del ilustrado coruñés y nunca adoptó el nombre de sus actuales inquilinos, es tatuada cada cierto tiempo por un grafitero algo apresurado, que pone tanto empeño en reclamar la devolución de los bienes como entusiasmo al atropellar el idioma.
Aparte de que no está bien pintarrajear palacetes del siglo XVIII -las piedras siempre merecen un respeto-, habría que pedirle al grafitero que no deje sin acabar sus frases. Más que nada porque la casa Cornide está a solo unos pasos del colegio Cidade Vella y los niños que vuelven estos día a la escuela entran en clase después de leer cosas como «Facistas» y luego se hacen un lío cuando tienen que poner las letras en su sitio.
El grafitero anda corto de tiempo y de ortografía, y entre las prisas y la dislexia le quedan unas frases algo dadaístas y misteriosas, como ese «Valle demolion» que entendemos que exige la demolición del Valle de los Caídos, aunque nunca se sabe.
Al grafitero de la Ciudad Vieja yo me lo imagino como Brian, el de La vida de Brian, cuando un centurión lo sorprende haciendo una pintada en el palacio de Poncio Pilato. Brian pretende escribir algo así como «romanos go home», pero el latín no es lo suyo y pinta «Romanes eunt domus» en lugar de «Romani ite domum». El soldado, que sabe que la lengua importa más que el imperio, obliga a Brian a repetir cien veces la frase correcta en la fachada del palacio. Cualquier día vemos a un policía local agarrando a nuestro grafitero de una oreja hasta que deletree demolición como Dios manda.