El derrumbe de Bens: un tsunami de 200.000 toneladas de basura que hizo llover chorizos podridos en A Coruña

Xosé Vázquez Gago
Xosé Gago A CORUÑA

A CORUÑA

«Había medo a que a familia quedara debaixo» recuerdan los vecinos. La catástrofe que costó la vida a un hombre y desfiguró O Portiño, donde caía la comida podrida que perdían las gaviotas

12 sep 2021 . Actualizado a las 00:06 h.

Unas 200.000 toneladas de basura de todo tipo -escombros de obra, restos de comida, residuos hospitalarios- se desplomaron desde el vertedero de Bens a las 10 de la mañana del 10 de septiembre de 1996. «Cayeron como la lava de un volcán», explica el director de Seguridad del Ayuntamiento, Carlos García Touriñán, entonces sargento de bomberos. La masa fétida rebotó contra la falda del monte situado enfrente del vertedero y fluyó a toda velocidad cuesta abajo, hacia el mar, colapsando el pequeño puerto.

Arrasó todo a su paso. Los vecinos recuerdan que se llevó por delante casas y casi «tumbó de lado» el célebre bar. Arrolló los pequeños tinglados portuarios y las embarcaciones de los pescadores. Engulló «seis u ocho coches». Sepultó dos lavaderos, un molino, el pequeño río que desembocaba en el puerto y el campanario de una antigua iglesia, cuya presencia daba nombre al poblado chabolista próximo. Por encima de todo, se llevó la vida de Joaquín Serantes, un trabajador de Radio Nacional jubilado cuyo cuerpo no fue recuperado.

Manuel «Lolo» Pérez, un pescador de la zona, vio a Joaquín junto a su coche poco antes del desastre. Él se iba de O Portiño en su coche cuando escuchó «un golpazo, como una bomba. Di la vuelta y no pude seguir. Me topé toda la porquería. Quedó todo cubierto, como si lo allanaran. Había gente que escapó subiendo por el camino de la depuradora. Por suerte no cogió a nadie más, porque lo enterró todo».

Una de las vecinas recuerda que su nuera estaba haciendo submarinismo y la basura flotante «le pasó por encima» y tuvo que alejarse nadando para poder salir a la superficie.

El primer aviso que cogieron los bomberos, con Carlos Touriñán de guardia, solo hablaba de un «pequeño derrumbe». Pero cuando llegaban a Cuatro Vientos, donde está la subestación eléctrica, ya les advirtieron que «no tiene solución fácil». Había un mar de basura. A esas horas los vecinos que estaban trabajando empezaron a recibir llamadas alertándoles de lo ocurrido. «Había medo de que a familia quedara debaixo, o pasamos moi mal», recuerda uno de ellos. Su casa había quedado destruida, pero sus allegados, por fortuna, ya se habían marchado. 

De los operativos más largos

Los bomberos bajaron hacia el poblado, cuenta Touriñán, para buscar posibles supervivientes. «El acceso era muy difícil», recuerda. Con las máquinas que levantaron el barrio de Los Rosales se hicieron caminos luego, pero durante días los servicios de emergencia lo tuvieron muy complicado. Se pusieron testigos para detectar posibles derrumbes. La primera reunión de emergencia se hizo en un Land Rover de los bomberos. La presidió Javier Losada. Francisco Vázquez, que estaba en Madrid, regresó a la ciudad esa misma tarde.

A primeras horas de la tarde, señala Touriñán, se denunció la desaparición de Joaquín. La prioridad era encontrarlo, y se le buscó durante semanas. «Cada palada que se sacaban la vigilaban dos voluntarios de Cruz Roja y Protección Civil, tanto al cargar como al descargar», explica el responsable de Seguridad. El dispositivo se mantuvo hasta que el Juzgado de Guardia dictaminó que no era posible recuperar el cuerpo. El despliegue duró más de 20 días y se organizaron turnos con otros servicios de emergencia de la comarca para reforzar los turnos. En todo momento, las 24 horas del día, había unas 100 personas trabajando, señala.

El dispositivo, que requirió un gran esfuerzo logístico, se desarrolló en condiciones muy duras, entre un hedor «insoportable», sobre montañas de basura inestable y tóxica, con equipos de hace 25 años. En aquel momento «fue uno de los despliegues más largos de España y el primero en el que se montó un puesto de mando avanzado», señala Touriñán. Las lecciones de esos días se aplicaron en las catástrofes marítimas que llegaron después, o en el desastre del vertedero de Zaldíbar en el 2020.

Se evacuó de O Portiño a unas 60 familias, que fueron alojadas en el polideportivo de Riazor. Al menos contaba con duchas, pero hubo que proporcionarles todos los servicios básicos que habían dejado atrás, desde comida hasta pañales para los niños.

El lugar al que volvieron, y en el que algunos de ellos habían nacido, nunca volvió a ser el mismo. Había desaparecido el paisaje que les era familiar, y el acogedor punto costero en el que vivían se convirtió durante muchos días en un vertedero. «Vinieron gaviotas a miles, casi tapaban el sol», recuerda una vecina. Los pájaros cogían de todo para comer, pero a veces lo perdían en vuelo. Cuenta que «caían del cielo huesos de jamón serrano o chorizos podridos».

Hoy la basura está cubierta. Una placa recuerda a Joaquín Serantes y, a primera vista, no hay indicios de la catástrofe, pero basta remover un poco el suelo con el pie para encontrar pedazos de bolsas, plásticos y otros restos medio enterrados.

Rey promete que las lecciones del desastre no se olvidarán

El desastre ecológico del vertedero de Bens marcó un antes y un después en la gestión de los recursos en A Coruña y otras ciudades de España. La alcaldesa, Inés Rey, insistió ayer en que las lecciones aprendidas por aquel entonces no serán olvidadas.

La regidora recordó que «o Concello foi pioneiro á hora de apostar por un modelo de reciclaxe máis sostible e ecolóxico. Foi un Goberno socialista o que iniciou un camiño moito antes de que se empezase a falar das tres R, reducir, reciclar e reutilizar, cando aínda non existía a conciencia medioambiental que hai hoxe en día». Rey añadió que «seguimos apostando polo modelo de Nostián. Seguimos a senda dun Goberno valente que dun accidente abriu unha oportunidade». El compromiso que adquirió fue de «convertir a planta de Nostián nunha verdadeira planta de reciclaxe e compostaxe, e reducir a porcentaxe de refugallos que non se reciclan». 

Más de 270 millones

La alcaldesa confirmó que este mes se licitará la redacción del documento para adaptar la planta a las nuevas normativas, renovar las instalaciones y gestionar el tratamiento de residuos y la operación de la planta. El valor estimado del contrato, que tendrá una duración de 15 años, asciende a 272 millones. Será el más cuantioso del Ayuntamiento.

El gobierno local insistió en que se mantendrán los puestos de trabajo y se pondrá en marcha una campaña para concienciar del tratamiento de residuos. El nuevo contrato está pendiente desde enero del 2020, cuando finalizó el anterior. La planta funciona desde aquel entonces en precario.