Del descampado al solar

Luís Pousa Rodríguez
Luís Pousa CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

17 may 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Si uno, en un rato que le queda libre entre Shin-chan, Gumball y Bob Esponja, decide seguir con el cine de culto y se pone a ver algún episodio de Doraemon, descubrirá muchos ángulos sorprendentes de la existencia. Y no me refiero solo a que un gato cósmico y azul haya venido del futuro para ayudar al pequeño Nobita —¿se puede escribir Nobita en el periódico sin que te denuncie Josep Maria Bartomeu?— con sus deberes y sus desfeitas.

Eso, como que en el mundo submarino de Bob Esponja haya incendios e incluso inundaciones, entra dentro de lo normal. A mí lo que más me asombra de las historias del gato cósmico es ver a Doraemon, Nobita, Shizuka, Gigante y Suneo jugando en un descampado como los de antes, con su tubería de obra abandonada y todo.

Será que voy mayor y que ni siquiera me hace falta subirme al DeLorean de Marty McFly en Regreso al futuro para volver al mundo anterior a 1985, pero veo a Nobita escondido en el tubo de hormigón de su barrio y me teletransporto al descampado del paseo de Ronda donde pasé la infancia. Era todo tan distópico que en aquella leira, donde hoy se levantan la Casa del Agua y varios edificios, pastaba una vaca que cada día bajaba de San Pedro para echar la tarde con los niños: ella rumiaba sus cosas y nosotros, las nuestras.

No sé cuándo se jodió el Perú, eso habrá que preguntárselo al Zavalita de Vargas Llosa, pero A Coruña y nuestra niñez se jodieron exactamente cuando aquellos descampados, que eran un pedazo de monte libre en medio de la ciudad, se empezaron a convertir en solares y, donde había una marela y locos bajitos con su merienda y su pelota, plantaron primero una valla y luego muchos pisos.

Por eso, de vez en cuando, me gusta volver con Nobita y Doraemon a su descampado feliz.