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Dices «una vez cogí el tren nocturno a Madrid y dormimos en coche cama» y te imaginas a Cary Grant y a Eva Marie Saint hasta que te despiertas de madrugada con la espalda molida
19 oct 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Los trenes son material de película desde que los Lumière rodaron aquella legendaria entrada del convoy en la estación de La Ciotat. Desde entonces hemos tenido asesinatos en el Orient Express, trenes rigurosamente vigilados, encuentros (breves) en las cantinas, trenes con orquesta femenina por la gracia de Wilder, viajes nocturnos a Lisboa, hasta Santiago Segura se ha subido a un tren, y los coreanos montaron un cirio en un viaje a Busán.
Lo nuestro con los trenes es mucho menos glamuroso, dirían en mi casa que es porque no hay locomotoras a vapor. Dices «una vez cogí el tren nocturno a Madrid y dormimos en coche cama» y te imaginas a Cary Grant y a Eva Marie Saint hasta que te despiertas de madrugada con la espalda molida y entras en Chamartín como si te hubieran dado una paliza en el último tren bala de Brad Pitt. A pesar de todo, aquel viaje resultó mucho más cómodo que otro en literas, en una época en la que nadie sospechaba que nos iban a poner la calefacción a 19 grados y la temperatura del vagón podía superar perfectamente los 35, una cocción en nuestros propios jugos de esas que solo superas porque acabas de cumplir veinte años.
Qué bien suenan solo tres horas y media de viaje a Madrid. Sobre todo si recuerdas un viaje de vuelta a casa hace dos décadas (siete horas, dos películas malas, un millón de paradas y una carpeta de apuntes). Ocurre que a la maleta de fin de semana se ha sumado un cativo que mide el tiempo en la duración de los dibujos. ¿Cuánto son tres horas y media? Como tres veces Dumbo, más o menos. Sospecho que hasta que lleguen los Avril o hasta que el retaco amaine, seguiremos aterrizando en Barajas. Aunque los aviones dan peores películas.