Sobrevive en Catar 2022 el deportivista Lionel Scaloni, que al frente de su Argentina de gallegos del lado de allá, y pase lo que pase, es otro de nuestros campeones del mundo
13 dic 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Con Garci me pasa como con Dalí. De Dalí no sé si me quedo con sus libros o con sus óleos. Y Garci escribe tan bien que no acabo de decidir si prefiero sus columnas o sus películas. Leo estos días de Mundial sus Renglones deportivos, donde, entre dry martini y dry martini, nos cuenta historias de boxeo, de atletismo, de fútbol, y nos atiza así: «Mientras anochecía en Las Vegas, ha ido amaneciendo en Madrid. Voy a poner el fax y a tomarme un descafeinado con galletas Chiquilín; después, voy a dormir hasta que no pueda más. Antes, dejaré que el libro que estoy leyendo —La educación sentimental, de Julián Marías— resbale suavemente entre mis dedos».
Y yo, que también soy muy de Chiquilín y de Julián Marías, recuerdo aquella épica y trágica temporada 1993/94 del Dépor, en la que también hubo Mundial en EE.UU. y dos de los nuestros, Bebeto y Mauro Silva, perdieron la Liga y ganaron la Copa del Mundo con solo un par de meses de diferencia, que debe de ser la distancia mínima que separa la muerte de la resurrección (se ve que los tres días que tarda Jesucristo en resucitar en la Biblia eran, como los 969 años de Matusalén, más una metáfora que una medida).
A la vuelta de aquel Mundial americano, algún coitadiño le preguntó a Arsenio cómo iba apañarse para entrenar a dos campeones del mundo en Riazor. Arsenio le replicó que no eran dos, sino tres, porque Voro también era campeón del mundo porque acababa de jugar el Campeonato del Mundo.
Era, como diría Garci, el Deportivo del Antiguo Testamento. De todo aquello, seis títulos y cuatro evangelistas después, sobrevive en Catar 2022 el deportivista Lionel Scaloni, que al frente de su Argentina de gallegos del lado de allá, y pase lo que pase esta noche de martes y 13, es otro de nuestros campeones del mundo.