César Portela: «La arquitectura se cimenta en un lugar, por eso era necesaria una escuela en Galicia»

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

La Etsac celebró ayer el 50.º aniversario del decreto que aprobó su creación en A Coruña

22 sep 2023 . Actualizado a las 12:58 h.

Quien no lo haya vivido tendrá que imaginar lo peliagudo de defender Galicia en 1973 como un país «con problemas propios» para entender los equilibrios que acompañaron la creación de la Escola Técnica Superior de Arquitectura de A Coruña. De un lado, la Fundación Barrié y el Ministerio de Educación, promotores del centro, y de otro, un naciente colegio profesional, inquieto y comprometido con el territorio que se traía entre manos. César Portela (Pontevedra, 1937), catedrático de Proxectos hasta su jubilación, Premio Nacional de Arquitectura y reciente Medalla de Oro, fue testigo y parte de aquellos años, celebrados ayer en A Zapateira con motivo del 50.º aniversario de la Seta, como se conoce a la escuela.

—¿Qué fue antes: el colegio o la escuela?

—Fueron casi simultáneos. El primer decano fue Andrés Fernández-Albalat. Yo estaba en Madrid. Fernando Higueras me ofreció quedarme como socio, pero yo veía el lago de la Casa de Campo y veía la ría de Pontevedra. Me vine y me puse al frente de la delegación. Había ganas de defender la buena arquitectura y la profesión. Juan González-Cebrián, gran dibujante y extraordinaria persona, fue uno de los que nos empujó. Albalat tenía que atender su estudio, porque hacíamos de todo, y entró Bar Boo. Creamos una comisión de depuración: había gente que ejercía la profesión de una manera terrible. Organizamos conciertos, seminarios internacionales, el primer SIAC, con lo mejor de lo mejor de la arquitectura internacional. Así empezó la cosa, fue importante.

—¿Y la escuela?

—Habíamos conseguido separarnos de León y Asturias porque teníamos problemas culturales y urbanísticos distintos y era muy difícil tratarlos en un colegio único. La arquitectura se cimenta en un lugar. El territorio y el paisaje son fundamentales. Por eso era necesaria una escuela en Galicia para formar a los que intervendrían en ella. Cuando daba clase era fundamental visitar los sitios con los estudiantes, conocerlos, estar con los vecinos. Los ejercicios tenían que ver con un entorno, con una tradición, unos materiales.

—¿Qué problemas tenían?

—Bueno, la vivivenda y la arquitectura habían quedado en manos de promotores que muchas veces lo que querían era hacer dinero. La arquitectura les importa un pito. Especular con el suelo, construir en cualquier parcela, en la propia playa... Sigue sucediendo de alguna manera. ¿Cómo después de dos guerras mundiales hay 30 o 40 guerras ahora mismo en el mundo? Siempre hay unos intereses que andan por ahí.

—Citó en su discurso una frase de Lao Tse: «La arquitectura no son cuatro paredes y un tejado, sino, sobre todo, el aire que encierran». ¿A qué lugar nos enviaría en A Coruña para entender esto?

—Esto tiene que ver con la sensación de sentirte a gusto en un edificio, evitar tonterías que cuestan mucho dinero y no sirven para nada y hacer más con menos. Tener confort, sentirte seguro, ya si tienes una vista de la ría y abres un hueco, en fin. Hay gente más sensible que otra. Algunos pudiendo hacerlo no lo disfrutan. Yo iría a María Pita y la bordearía por los soportales, sin mojarte aunque llueva. O a una galería, que es estar fuera pero protegido.

—¿Qué obra suya recuerda con más cariño?

—Las viviendas para los gitanos en O Vao, la estación de autobuses de Córdoba [premio nacional] y el faro de Punta Nariga.