Marina Heredia, cantaora: «"En libertad'' me toca de cerca y me veo muy reflejada en ella»

hugo álvarez domínguez

A CORUÑA

Marina Heredia, este jueves en el Palacio de la Ópera.
Marina Heredia, este jueves en el Palacio de la Ópera. Ángel Manso

La artista granadina estrena con la Sinfónica de Galicia una obra encargada por la Filarmónica de Duisburgo que retrata la vida y los valores de los gitanos

24 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Marina Heredia (Granada, 1980) es una de las principales exponentes del flamenco de hoy. Estas semanas colabora con la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG). Hace tan solo unos días interpretó en Ferrol y Pontevedra la versión original de El amor brujo, de Manuel de Falla, y ahora (este viernes y este sábado, Palacio de la Ópera, 20 horas) será solista en el estreno en España de En libertad, de Joan Albert Amargós y Juan Quevedo Bolita. Jose Trigueros estará a la batuta en un programa que completan obras de Enescu y Kodály.

—¿Cómo llega al flamenco y qué busca transmitir?

—Mi padre, que es cantaor, cuenta que estando yo en la barriga de mi madre ya le cantaba a la barriga. En casa todo se celebra con lenguaje flamenco. Así llegó a mí y eso me facilitó ser profesional. Que venga de una familia flamenca con una herencia muy definida no quita que deba prepararme y buscar mi camino para poder ser una artista libre. Mi forma natural de comunicarme y expresar es a través del flamenco y de la música. Intento transmitir lo que interpreto en cada momento. Me importa el contenido, con especial atención a las letras, para poder trasladar al público lo que está en juego.

—Frecuenta géneros híbridos.

—Los flamencos somos muy elásticos. Soy una artista inquieta y aficionada a la buena música en general. No sé por qué hay que quedarse solo en una parcela del campo si es inmenso. Desde el principio de mi carrera me llegaron proyectos muy interesantes con músicos de otras disciplinas y siempre tuve la valentía de tirarme de cabeza. Hay que tener claro de dónde vienes: con esa base sólida puedes construir y estar segura al abordar estos proyectos.

—¿Varía su forma de afrontar géneros híbridos respecto al flamenco?

—No. Afronto todo con la misma responsabilidad, el mismo miedo, las mismas ganas y la misma exigencia. Intento rodearme de los mejores en su campo para seguir aprendiendo. Soy flamenca, independientemente de lo que haga. Siempre sonaré a flamenca porque mi voz es flamenca, mis intenciones son flamencas y mi razón de ser es flamenca. Intento ser acorde con lo que hago, dejando siempre impronta flamenca. Estos proyectos no estrictamente flamencos son una buena forma de enganchar al público y enseñarle el camino para descubrir el flamenco tradicional.

—Estas semanas trabajó con la OSG dos obras bien distintas: «El amor brujo» y «En libertad».

—Cantar con la OSG es un gustazo. Tienen una calidad artística brutal y una calidad humana a la misma altura. Habíamos hecho las canciones de García Lorca en arreglo del maestro Trigueros, y de ahí sale esta residencia que hacemos ahora. Con Trigueros tengo mucho feeling y acordamos hacer la versión original de El amor brujo. Suelen interpretarse versiones más escuetas y le conté que la primera versión era más completa, más rica y con más sentido: tiene recitados, cante, y cuenta mejor la historia. Hacerlo la semana pasada, una maravilla. Ahora estrenamos en España En libertad.

—¿Cómo definiría «En libertad»?

—Es un encargo de la Filarmónica de Duisburgo, que nos dio libertad absoluta. José Quevedo Bolita ha hecho los textos que canto, y el maestro Joan Albert Amargós orquesta todo, da sentido a nuestras ideas, las ordena y las pone en partitura. En la percusión, Paquito González hace que todo camine en el compás que queremos. Es una obra difícil, con una carga sentimental y expresiva muy fuerte. Plasma las prioridades de vida de los gitanos: la libertad, la familia (el respeto a los mayores), la comida, cantar y bailar. Tiene un hilo conductor: el viaje empieza en la India, que es de donde venimos los gitanos (de Rajastán, una región de Pakistán de la que nos echaron los romanos en su momento) hasta la actualidad. La historia la empieza contando una niña y la acaba contando una anciana. En ese camino, la historia de los gitanos tiene más pena que alegría; pero predomina la sensación de libertad a través de nuestra música y nuestros bailes. Los textos hablan de nuestra forma de vida; pero también hay un pasaje inspirado en el Holocausto: los gitanos somos los grandes olvidados de ese Holocausto y se mató a muchos. Es uno de los momentos más fuertes de la obra. Al final, la protagonista, ya mayor, echa la vista atrás. Al cantarla hago un ejercicio de autoconvencimiento de que esto no lo viví yo. Aunque por generación no puedo ser yo, me toca de cerca y me veo muy reflejada. Mi amigo el actor Juan Fernández me aconsejó llorar todo lo necesario en el proceso de creación para llegar al estreno y la gira con la herida cicatrizada. Aun así, a veces la emoción se desborda.

—¿Qué retos musicales le plantea?

—Conseguir que lo clásico y lo flamenco encajen y vayan de la mano, claros y compenetrados. Con la OSG lo estamos consiguiendo y estamos dispuestos a más. Me encantaría que la orquesta me adoptara como su cantaora fetiche y estoy encantada de hacer proyectos con una de las mejores orquestas de España. Congeniamos muy bien y querría seguir creando repertorio para cantaora y orquesta con ellos.

—¿Tiene sueños pendientes?

—Un proyecto de teatro. Una adaptación de Luis García Montero sobre Yerma, de García Lorca. Me hace mucha ilusión y tengo muchas ganas de hacerla, pero aún no hay fechas.

—¿Impone abordar la versión original de «El amor brujo?»

—Muchísimo. El flamenco tiene un idioma interno muy distinto al de una orquesta sinfónica: aquí no se puede entrar tarde. Hay un choque de disciplinas que me resetea y me hace salir de mi zona de confort. Además, la versión primitiva exige cantar e interpretar, algo mucho más complejo al construir un personaje. Me pongo nerviosa haciéndola.