Doble reencuentro con «La bohème»

Hugo Álvarez Domínguez

A CORUÑA

 La Bohéme , de Puccini, en el Palacio de la Ópera.
La Bohéme , de Puccini, en el Palacio de la Ópera. MARCOS MÍGUEZ

Amigos de la Ópera abrió festival con una velada de regresos

09 sep 2024 . Actualizado a las 19:00 h.

Amigos de la Ópera abrió festival con una velada de regresos. Volvían La bohème, de Puccini, tras 17 años, y el tenor Celso Albelo (medalla de oro y brillantes de la asociación), ausente desde el 2019.

Las representaciones de La bohème en el 2007 se recuerdan: Cristina Gallardo-Dômas, la pucciniana más importante de su generación, fue Mimi, y dirigió un entonces emergente Vasily Petrenko, hoy realidad internacional, con montaje de Emilio Sagi. Lo que se vio y escuchó ahora fue distinto: los tiempos cambian.

El montaje del Luglio Musicale Trapanese fía sus cartas a una bola de cristal que preside y acota la escena, acogiendo todos los espacios y girando a pulso. El efecto visual, atractivo, funciona mejor en lo estético que en lo dramático. La dirección de escena de Danilo Coppola es convencional; aunque la estructura dificulta el movimiento de las masas en el segundo acto, siendo el tercero (la nieve retrotrae a esas bolas de suvenir) lo más logrado. La dirección de actores, un punto estática, presenta problemas en el cuarto acto: los bohemios sientan y dejan de pie a Mimi, antes de acostarla para el fatal desenlace. Bien el vestuario. El montaje requiere más intimidad que la del Palacio de la Ópera.

En plena madurez, Celso Albelo se enfrenta a Rodolfo haciendo gala de elegancia en el canto e inteligencia para manejar un fraseo generoso y expresivo y unos acentos de manual al servicio de una línea de canto de categoría; clave para avanzar con paso firme hacia repertorio más lírico. Crece con la función (lo mejor, a partir del tercer acto: aquí hay un artista y se nota). El público, que adora a un cantante que ha dado tanto bueno a la ciudad, recibió con entusiasmo su regreso.

Sinfónica y dos coros

El recuerdo de la Mimi de Gallardo-Dômas es imborrable. Sin embargo, Miren Urbieta-Vega descolló con un instrumento atractivo de lírica pura, homogénea en todo el registro e impecable en la emisión; dejando frases muy bien planteadas ya desde el inicio. Se creció a partir del tercer acto: la musicalidad y luminosidad del timbre, con un cierto metal que conviene al rol, estuvieron al servicio de la emoción.

Massimo Cavalletti (Marcello) destacó por su rotunda sonoridad, mientras Helena Abad (apuesta fuerte de la Asociación) hizo cuanto pudo para sacar adelante Musetta con un material de soubrette (de partida no es lo que pide el rol). Suficiente por arriba; pero volumen y proyección son escasos en el centro-grave (donde la escritura insiste más de lo que parece). Sufrió para hacerse oír en los conjuntos.

Ejemplar Simón Orfila en Colline, con medios para mayores empresas (espléndida Vecchia zimarra, aplaudida con justicia). Manuel Mas quedó por debajo como Schaunard, y Matteo Peirone destacó más en Alcindoro que en Benoit. El Coro Gaos, mejor en el segundo acto que en el tercero, y el Coro Cantabile, bien preparado, hizo gala de su acostumbrada profesionalidad.

Magnífica por presencia y empaste una Sinfónica de Galicia que debe hacer más ópera: están preparados. La batuta de Pérez-Sierra optó por una versión lenta, pero con pulso y tensión, que acompañó bien a los cantantes, salvo en casos puntuales.

Si las ovaciones no fueron atronadoras (las mayores para la pareja protagonista), el público salió satisfecho del doble reencuentro.