Toca descubrir cómo se exigen responsabilidades a este inmaculado, neutral y sanísimo mercado de la vivienda que nunca ha roto un plato
15 ene 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Es un cuarto sin ascensor, de 40 metros cuadrados, que se describe como estudio a estrenar. Tiene un baño y en una única estancia agrupa la cocina, un sofá, una cama y un armario. Piden 690 euros al mes. Y está en esta ciudad, la más cara de las gallegas para alquilar.
Hace cinco días, escribía Elena Silveira en estas páginas que una sola firma acumulaba el mayor número de promociones activas en A Coruña. Y que ya han vendido la mitad de las viviendas que ofertan. La más barata es un estudio, un bajo con terraza, de un dormitorio, que cuesta 222.000 euros.
Solo son dos ejemplos de lo que esta ciudad ofrece ahora mismo para quien esté buscando un techo bajo el que vivir. El mercado, ese ente que se nos presenta sin forma, olor, ni color, como si fuera algo aséptico que se mueve por un impulso ajeno a todo, como si de una intervención divina se tratara. Que el mercado no tenga nombre ni razón social no quiere decir que sea una energía invisible viajando por el universo. Por mucho que nos hayan hecho creer que es mejor no tocar nada, porque si se toca se rompe y ya no va a encontrar casa nadie. Como si antes de la entrada en vigor de la criticadísima Ley de Vivienda, el mercado y su virginal comportamiento no estuviera marcando el camino hacia una ciudad sin opciones para vivir, en la que solo va a quedar la posibilidad de que el último en salir apague la luz y cierre la puerta. Siempre puedes echar la culpa a quien las elabora y aprueba, y puedes votar en consecuencia cada cuatro años si percibes una absoluta ineptitud en la gestión de este drama. Toca descubrir cómo se exigen responsabilidades a este inmaculado, neutral y sanísimo mercado que nunca ha roto un plato.