Francisco Parga: «En la montaña los chavales aprenden a valorar lo que tienen en su día a día»
A CORUÑA

El veterano profesor ha sido distinguido con la Medalla al Mérito Deportivo
31 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Es el culpable de que en A Coruña haya varias generaciones de amantes de la montaña. Porque hay cosas que más que enseñarse se contagian a través de la pasión. Y eso es lo que le sobra a Francisco Parga Vila (A Coruña, 1939): pasión. A mediados de la década de los setenta fundó la Sociedad de Montaña Ártabros, todavía en activo, con la que inició a infinidad de jóvenes en el mundo de la escalada. Y a esos hay que sumar todos los alumnos del colegio Santa María del Mar, en el que era profesor de música, que también aprendieron a esquiar en San Isidro y sobrevivir en los Picos de Europa de su mano. Esa labor le ha hecho merecedor de la Medalla al Mérito Deportivo de Galicia, que la Xunta le concedió esta pasada semana. «Hicimos cosas increíbles. Mira, un grupo de alumnos, siendo muy jóvenes, llegaron a escalar la cara oste del Naranjo de Bulnes. Es la cordada más joven que lo haya conseguido, y no es ninguna broma», recuerda orgulloso Paco Parga.
—¿Cómo nació Ártabros?
—Fue una necesidad. Empezamos con actividades de montaña en el colegio. Decidimos crear una sociedad de montaña, de ahí salió Rey Gerión, que se enmarcaba en la OJE y que fue lo primero que hubo en A Coruña. Pero queríamos algo más abierto, independiente, para dar cabida a todo el mundo. Eso fue Ártabros.
—Y cincuenta años después continúa Ártabros al pie del cañón.
—Pues no llevo la cuenta, pero me parecen muchos... Es que, no sé por qué, últimamente los años pasan cagando leches [ríe]. Como comprenderás, cuando lo montamos no pensábamos en dónde estaríamos cincuenta años después. De hecho, no pensábamos en nada más que hacer actividades con los chavales, que ese era nuestro único fin.
—Y eso lo compatibilizaba con las actividades de montaña que realizaba en Santa María del Mar.
—Es que era parte de su formación. Una de mis obsesiones era que los chavales leyeran, así que llevaba cajas de libros a todas las actividades. Cargábamos con los libros y después, en las paradas de descanso, allí se ponían los niños, apoyados unos en otros, a leer en medio de la montaña.
—Una imagen idílica, pero cuesta creérsela...
—Pues tengo vídeos y fotos de todo esto que te cuento, porque esa era otra pasión mía, la fotografía y el vídeo. Era todo muy completo, enseñábamos de todo. Empezando por la prudencia, claro. Lo primero que hacíamos era enseñarles a caer.
—Es que la montaña tiene sus peligros.
—Me he llevado buenos sustos, no te voy a engañar. Como el día aquel en Picos de Europa que yo iba más adelantado y escuché un ruido terrible de piedras cayendo. Grité y no me contestaron, así que empecé a correr montaña abajo a toda velocidad, rezando a mi manera: «¡Señor, no me hagas la puñeta, que son niños!». Al llegar abajo me encontré con un niño tumbado, con muchos rascazos en las piernas, pero nada más. A otro le picó una víbora, a otro se le rompieron las gafas y se le clavaron los cristales en la cara, una niña tuvo una peritonitis... Y esto sin hablar de las caídas esquiando, porque también llevaba a los niños a la nieve. Al final conseguíamos evacuarlos hasta León, aunque fuera en helicóptero. Hubo sustos, pero siempre salimos bien. ¡Es que fueron miles de niños los que vinieron a la montaña conmigo!
—Y a pesar de todo eso, volvían a la montaña.
—¡Claro que volvíamos! ¿Cómo no íbamos a volver?. Y repetían. Yo pensaba, «allá ellos...» [ríe].
—¿Qué aporta la montaña a los jóvenes?
—Muchas cosas. Valores de superación, resistencia, trabajo en equipo, austeridad... Les hace valorar lo que tienen en su día a día. Recuerdo un día de vendaval imposible, todos acurrucados, refugiados en nuestras tiendas, y un niño diciendo «llevo desde las nueve de la mañana notando cómo me entra el agua por el cuello y me sale por las botas: hay que ver lo bien que se está en casa». Eran conscientes de lo que tenían. Y lo pasaban muy bien.
—Ha subido el Mont Blanc seis veces, la última con 74 años y acompañado por dos antiguos alumnos.
—Y lo hecho de menos cada día. Si me dices que hay nieve, me voy mañana mismo.
«Enseñarle música a un niño es muy fácil: todos tienen sensibilidad, hay que despertarla»
Paco Parga ha dividido su vida en dos vertientes: la montaña y la música. Profesor de guitarra en el Conservatorio, fue un auténtico revolucionario de la docencia, saltándose todos los dogmas que hasta entonces regían en la enseñanza de música.
—¿Qué pasión le vino antes, la docencia, la música, la montaña?
—A mi me vino todo al mismo tiempo. Nunca he podido separar una cosa de la otra.
—¿Y era todo compatible?
—No es que fuera incompatible, pero sí que es cierto que yo, como profesor de guitarra, tenía que tener uñas. Y eso está muy reñido con la escalada.
—¿Cómo se enseña música a la mente dispersa de un niño?
—Es muy fácil, solo tienes que conocerla tú, tener claro lo que quieres enseñar. Antes, los viejos profesores, para audiciones te recomendaban que fueses a cosas sencillas, como un pasodoble. Eso es una estupidez y lo único que demostraba es que aquellos profesores no tenían cultura musical. Ese era el problema que había con la enseñanza de la música. Para enseñarle música a un niño lo que hay que hacer es enseñarle a escuchar. Por naturaleza, todos los niños tienen sensibilidad hacia la música. Solo hay que despertársela. Y eso se puede hacer con Peer Gynt de Grieg o las Danzas Españolas de Granados, no tienes por qué acudir a un pasodoble. Pero tiene que ser algo práctico, natural. Si vas por vías más académicas puede pasarte lo que a aquel alumno que me hablaba de los árboles del impresionismo. Yo le aseguraba que no sabía a qué se refería y él me decía que venía en el libro. Lo leí y ahí ponía los albores del impresionismo. La culpa no es del chaval, es del autor, por intentar explicar música a un niño con esa terminología.