Isabel Despomare Porto y Pedro Vasco: «Hay mucho Gerardo Porto más allá del Millennium y su obra pública»
A CORUÑA

Los comisarios de la exposición «Gerardo Porto 1925-2025» del Kiosco Alfonso presentan este miércoles en el Casino una charla-homenaje al genial pintor
09 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Este año se cumple el centenario del nacimiento de uno de los más grandes y completos artistas que han salido de nuestra ciudad. Gerardo Porto, fue un factótum del arte del que tenemos los coruñeses la fortuna de tener parte de su obra al alcance de nuestros sentidos con solo salir a la calle: suyos son el obelisco Millennium, los arcos de la plaza Elíptica de Los Rosales, el mural del Club del Mar o el del Centro Cívico de San Diego. Pero en el Kiosco Alfonso tenemos ahora la oportunidad de ver esa otra cara del arte de Gerardo Porto, la del pintor de estudio, retratista de las ciudades que marcaron su vida y creador de atmósferas en las que perderse con la sensación de que uno no deja de estar en casa. Los comisarios de esta muestra son la hija del propio artista, Isabel Despomare Porto, y Pedro Vasco, que este miércoles a las 20.00 horas ofrecerán una charla-homenaje a Porto en la que fue su segunda casa, el Sporting Club Casino, en su sede de la calle Real.
P. ¿Qué podemos ver en esta exposición?
Isabel Despomare Porto. Son 120 obras, pero podríamos haber traído cien más. De hecho, no hay ninguna pieza de su juventud, cuando ya hacía una pintura modernísima, revolucionaria. Pero había que centrarse en una época determinada, no podíamos abarcar demasiado.
Pedro Vasco. Escogimos obras de los últimos 30 años de su vida. En primer lugar por falta de espacio, pero es que además es su época más esplendorosa. Cuando la gente vea la exposición se dará cuenta. Cada pincelada que hay aquí, que fue dada por ejemplo en los años 90, en realidad viene trabajada desde los años 40. Ese oficio se ve, hay una evolución de síntesis formal y estructural de los cuadros que es palpable.
I. D. P. Pero es una evolución que de alguna manera siempre estuvo ahí. Tengo cuadros en casa que fueron pintados con 50 años de diferencia en los que ya ves esa técnica, esas pinceladas certeras que con cuatro trazos lo cuentan todo.
P. Fue un vanguardista a su pesar, ya desde joven.
P. V. Hay una deuda histórica con un momento artístico muy importante de esta ciudad, que son los años 40 y 50. Ahí hay una generación que estuvo a punto de perderse. No había recursos, tenía que tirar la vocación y el talento mucho de ti para dedicarte al arte. Esa generación tuvo que romper con su destino, que no parecía que fuese ser artista. Tuvo que encontrar su lugar y su momento. Hablo de Lago Rivera, Tenreiro, Labra o, por supuesto, Gerardo Porto. Rodeados de todas las dificultades posibles, fueron unos grandes innovadores. Todo lo que vino después no puede entenderse sin ellos. Tuvieron la responsabilidad de sustituir y renovar la iconografía de Lloréns, Sotomayor o Seijo Rubio, pintores clásicos a los que tuvieron que imponer sus propios lenguajes cambiando todo el sistema artístico. Y de ellos sale toda la revolución de los setenta y ochenta: todos los de La Galga, Chelín, Mon Vasco, Cabanas... Porto les ahorró tener que hacer todo el camino artístico que tuvo que hacer él.
P. Estamos habituados a ver la obra de Porto en nuestras calles, verla en un espacio museístico es algo totalmente distinto.
P. V. Mucha gente cree que eso es Gerardo Porto, y hay mucho más allá del Millennium y su obra pública. La cuestión es que entre el talento que tenía y su manejo de la técnica en cualquier formato, llegó un momento en el que vio que no tenía límites, que podía hacer lo que le diese la gana. La porcelana, por ejemplo, con esa vajilla maravillosa que afortunadamente conserva la familia. Se fue al Castro a darle la paliza a Díaz Pardo y aprendió lo que era la cerámica. O el Millennium. Para hacerlo, se fue hasta Holanda con setenta años a aprender durante meses las técnicas para trabajar con cristal. Hizo joyas, biombos, abanicos... ¡Hasta hizo vitolas de puros! Lo tocó absolutamente todo y de un modo magistral. No tenía límites y nunca tuvo miedo de lo que pudiera decir la crítica. Tenía una capacidad de trabajo impresionante.
P. ¿Se atreve a definir su pintura?
P. V. Luz y color. Ese es el eje central de su obra. Con esos dos elementos consigue una atmósfera única. La figuración en sus cuadros viene de ahí. No hay más, no se preocupa de hacer una forma, esta viene definida por los efectos de esos dos elementos.
«Fue feliz en Holanda, pero tenía morriña de A Coruña, siempre supo que volvería»
La vida de Gerardo Porto daría para una novela. Tuvo que dejar A Coruña, en parte presionado por las autoridades franquistas por culpa de su amistad con Juan de Borbón. Fue ayudante de Matisse en París, en Holanda conoció a la mujer de su vida y terminó trabajando para la televisión. Pero, en cuanto se jubiló, regresó a casa.
P. A Coruña está muy presente en la exposición.
I. D. P. Siempre tuvo morriña, tenía claro que volvería a A Coruña. Fue feliz en Holanda, todo hay que decirlo. Montó su estudio en una antigua fábrica de zuecos, se rodeó de músicos y demás artistas, en un ambiente muy bohemio. Allí encontró una luz que decía que era muy parecida a la de A Coruña, una luz atlántica. Pero siempre sintió la llamada de su tierra.
P. Terminó regresando, en la década de los ochenta y con casi sesenta años.
P. V. Fue muy valiente. Monta su estudio en A Coruña y empieza desde cero. Nadie recordaba que a los 23 años hubiese sido la estrella del arte contemporáneo gallego. Y eran los años ochenta. Había mucho artista intentando repartirse la tarta. Se encontró con la abstracción, la pintura conceptual... Era complicadísimo buscar un espacio propio. Y lo hizo siendo él mismo. Encontró su estilo particular, un posimpresionismo con acento personal que, sin pretenderlo, era tan rompedor como cualquier otra propuesta de la época.
I. D. P. Su vuelta a A Coruña fue un proceso muy solitario. La pintura figurativa había perdido mucho auge, estaba prácticamente solo. Pero él tenía esa obsesión por retratar las condiciones atmosféricas. Y terminó haciéndolo de una manera tan simplificada que rozaba la abstracción.