
En Riazor hay parcelas «reservadas» que son más grandes que algún piso de alquiler, así que dónde te metes tú con tus retacos o tus amigos igual de puretas
25 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Hay una envidia sana cada mañana de San Xoán, cuando de camino al trabajo coincido con más gente que nunca. No solo porque a ellos les espera una larga mañana de sueño y descanso y una tiene que cumplir el horario. Es, más bien, esa nostalgia de las noches eternas en las que daba igual el cansancio, en las que volver a casa mientras amanecía tenía algo de promesa. La de poder dormir el resto del día que estaba empezando, la de que por delante aún quedaban muchas más noches así. Cuando no tenías más responsabilidades que las de aprobar al final del curso, y el regreso a casa, con tus amigas, era una continuación de las risas de la noche anterior.
Como la nostalgia es tramposa e interesada, en realidad detrás de esa punzada de envidia se esconde un buen puñado de pereza. A esas alturas del cuento, una noche en vela solo se pasa por algún drama, y dormir no es negociable. No recuerdo la última noche de San Xoán que pasé en la playa, aunque sospecho que, si hoy quisiera hacerlo, lo tendría difícil: hay parcelas «reservadas» en Riazor que son más grandes que algún piso en alquiler, así que dónde te metes tú con tus retacos o tus amigos igual de puretas. Tal vez por eso hemos vuelto a los barrios. Porque no hay arena, no hay parcelas, y si no reservas mesa, siempre te puedes tomar la sardina de rigor de pie en medio de la acera, mientras los críos juegan en la plaza o en los columpios más próximos. En mi calle no había hogueras, ni falta que hacía. Quién quiere más que una docena de parrillas con unas brasas más o menos logradas, muchas camisetas con sardinas de todos los colores, cola para hacerse con un plato de churrasco, y un escenario donde un grupo perpetraba todos los clásicos del pop español.