
En esta sociedad individualista hasta la médula, se convierte en algo revolucionario la defensa de lo colectivo
09 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.En Corea hay unas cafeterías en las que los niños (supongo que los adultos también) pueden jugar durante unas horas con decenas de Legos. Los padres toman algo y las criaturas montan las piezas durante un rato. También pueden alquilar los sets durante unos días para jugar en casa. No tengo pruebas, pero tampoco dudas, de que Lego es el mejor juguete del mundo. Y también el más difícil de limpiar, el que más duele cuando pisas una pieza, y el que más veces hace decir «mamáaaa, no encuentro una pieza» en cualquier lugar del planeta.
Me dicen que aquí no sería posible montar una cafetería así. Se ve que percibimos a los niños coreanos (y a sus padres) más respetuosos con la propiedad ajena. O tal vez pierdan menos piezas, no lo sé. Pero esta semana hemos estrenado el préstamo de juegos de mesa en la biblioteca de Durán Loriga, y mientras revisaba la ficha plastificada en la que recogen cada elemento del juego, y contábamos si estaban todas las serpientes marinas del juego, cada una guardada cuidadosamente en bolsitas, pensaba que sí somos cuidadosos con lo colectivo.
En esta sociedad individualista hasta la médula, se convierte en algo revolucionario la defensa de lo colectivo. Aprender a no dejar el libro abierto de cualquier manera porque quieres devolverlo como lo encontraste, a revisar que no falte ninguna ficha de la caja. Que por cierto, también puedes jugar allí, bajo las ventanas abiertas sobre la calle Huertas. El siguiente paso tendrían que ser los Legos. Una estantería de cajas, para que cualquiera pueda montar su barco, su tren o inventarse una casa, sabiendo que podemos cuidar las piezas con la misma educación que un disciplinado niño coreano.