
A finales de agosto se cumplieron 50 años de su único concierto en la ciudad, celebrado en 1975 en el Palacio de los Deportes
08 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La tarde del 26 de agosto de 1975, en el graderío del Palacio de los Deportes, una masa de niños coruñeses se amontonaba en ruidosa algarabía. Casi ninguno era capaz de mantenerse quieto en su asiento —algo que difícilmente se les puede reprochar, teniendo en cuenta que la mayoría de ellos apenas pasaba de los cuatro o cinco años de edad—.
Un ejército de parvulitos que había peregrinado hasta el recinto —con ayuda de los automóviles paternos— para ver a la chica pelirroja de la tele. A Pippi Calzaslargas. Primera y última vez que Inger Nilson (que así se llamaba realmente la muchacha) pasó por esta ciudad con un espectáculo en directo. Claro que, atendiendo a la sucesión de desgracias que fue su parada gallega, tampoco es de extrañar que el idilio con esta tierra fuera visto y no visto.
«El público no se lo pudo pasar pipa con Pippi», se leía en la retranqueira crónica de La Voz de Galicia publicada al día siguiente —era tiempo de plumas valientes—. «Resulta que la sesión, anunciada para las cinco de la tarde, no pudo iniciarse a dicha hora por incomparecencia de Inger. Las madres, los padres, los niños y los organizadores comenzaron a impacientarse. Los niños, que no comprendían los asuntos del mundo del espectáculo, se pusieron más nerviosos que sus acompañantes y aquello parecía un jardín infantil bajo techado. Lloros, sollozos, carreras, saltos, patatillas, refrescos... Y la Pippi sin llegar. Escándalo al canto».
A pesar de la dureza con la que se habló de la actriz en los días siguientes, fruto de la desilusión y del enfado aún candente, lo cierto es que en modo alguno podían imputársele a la pobre Inger las culpas del desplante. La causa del retraso fue un problema con el avión que tendría que haberla trasladado de Barcelona a A Coruña a tiempo para deleitar con su cancionero. Al suspenderse su vuelo, ella y sus acompañantes se montaron en un convoy de cuatro turismos y se lanzaron a la carretera. Pero claro, tardaron horas. Muchas horas. Las suficientes para tener que cancelar el primer pase del espectáculo. Entró al Palacio con más de 200 minutos de demora y con un remolino de padres e hijos subiéndose por las paredes y lanzando maldiciones a los cuatro vientos.
Los pequeños del segundo pase, celebrado alrededor de las 20.45, sí pudieron corear las melodías de su programa televisivo predilecto. Pero gato encerrado vieron los que habían tenido la teórica suerte de haber sacado su entrada para el concierto de la noche. Resultó que Pippi, o Inger —porque por aquel entonces contaba ya la chica 16 años y comenzaba a parecerse más bien poco a la niña traviesa de las películas y series— tan solo salía al escenario en los minutos finales de la función. El resto corría a cargo de animadores y bailarines de seguro muy afanosos, pero que no eran los ídolos de la marabunta de infantes que, afligidos, exigían que saltaran a escena las familiares coletas rojizas que tantas veces habían visto pintarse en la pantalla del televisor.
Sí tuvo tiempo la joven estrella sueca de hacer una pequeña entrevista entre bambalinas con un redactores de La Voz de Galicia, Se publicó en la página 24 de la extinta sección De Sol a Sol, el 27 de agosto de 1975. La charla, sin embargo, fue, en lo que a decepción se refiere, pareja a la actuación. Pippi estaba entendiblemente cansada y no hablaba el idioma. Entre chapurreos anglosuecos se excusó y se escurrió hacia su camerino. Y así acabó la única aventura coruñesa de Pippi Calzaslargas.