Maruja, centenaria de Irixoa: «Casamos durante o carnaval para poder ter unha festa de voda»
A CORUÑA
A sus 103 años, esta vecina de Coruxou repasa su intensa vida de trabajo y episodios trágicos como la pérdida de su único hijo
19 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.No se puede retar al tiempo, vencerle y quedar indemne. Por eso Maruja tiene que avanzar por su longeva vida sostenida sobre dos muletas. Las rodillas son la maldición de esta mujer de 103 años. «É como se me clavaran coitelos pola metade», dice sentada en la cocina de su casa de Coruxou, en el municipio de Irixoa. Retar al paso del tiempo y ganarle también implica que las pastillas formen parte de la dieta. Pero no se engañen. Maruja tiene dos edades. Digamos que de cuello para abajo todo va acorde a las leyes biológicas de una persona que nació cuando se formó la URSS o el antropólogo Howard Carter descubría la tumba de Tutankamón. «Nacín o 23 de febreiro do 1922», informa Maruja. Ahora bien, de cuello para arriba, esta mujer no representa ni de lejos la edad de una centenaria. La elocuencia de su discurso junto con el potente tono de voz y un oído bien entrenado nos llevan a engaño y parece que hablemos con una mujer con bastantes decenios menos.
Su humor aflora durante su relato, donde la memoria apenas encuentra lugares de penumbra. Cuenta su lejana vida como si le hubiera ocurrido la semana pasada. La suya es una historia de muchos hermanos en casa, de apuros, de trabajo sin descanso, de un matrimonio feliz y un hijo que se fue mucho antes de tiempo.
«Dona María era a profesora da escola, todos líamos do mesmos libro, non había moito. Gustábame ir alí porque se non tiña que traballar», recuerda de su etapa de niña. «Daquela a escola non era prioritaria, se había traballo na casa non ías e punto», señala. Y a ella no solo le tocaron las labores propias del campo. «Meu pai mercou uns carballos para facer travesas para o tren, eu ía con el e con dous obreiros máis e traballaba igual. Subía a madeira desde o fondo da pendente, caíanme as bágoas, pero chegaba ata o carro».
Sin colegio desde los 12
Oficialmente dejó la escuela a los 12 años y se hizo chica para todo. Para cuidar los animales. Para ayudar en la logística a sus dos hermanos, Benito y Aurelio, que participaron en la Guerra Civil del bando franquista. «Eu cargaba unha maleta para eles e levábaa na cabeza desde Coruxou ata a estación de tren de Infesta, máis arriba de Betanzos», señala María Tomasa López, su verdadero nombre. Si bien había atajos entre los montes, hoy esa distancia no baja de los 17 kilómetros y se tarda media hora en coche.
Ayudó a su hermano mayor a construir su casa, lo que le valió una caída de un andamio que le obligó a estar una semana en cama. Durante los tiempos oscuros de la guerra en su hogar no se coló el hambre. «Gracias a Dios chegábanos con todo o que plantabamos, non había moita variedade, pero si cantidade», indica.
El ocio era acudir a fiestas patronales de la zona o a las ferias. En una de ellas conoció a José, un hombre cuatro años más joven. A los pocos meses le espetó: «Non estou máis solteiro, quero casar». Maruja se encogió de hombros. «Eu non tiña apuro, na casa tiña de todo, meu pai mercábame en Betanzos o que lle pedía». Así con todo, le dijo que sí.
—Onde foi a lúa de mel?
Como respuesta, Maruja suelta una carcajada ante el periodista, al que dobla en edad, y responde después de limpiarse las lágrimas de tanta risa: «Mira, fixemos a voda coincidindo co carnaval para poder ter unha festa». Era febrero de 1953 y ella estaba a punto de cumplir 21 años. Los primeros meses fueron de traslados entre las casas de ambas familias, hasta que el padre de Maruja le construyó la suya. La mujer pasó así a duplicar los escenarios de trabajo con los de su familia política. «Cartos non daban, pero si un carro de maínzo, de centeo, patacas...».
Tres años después de la boda, llegó a sus vidas un nuevo José, su hijo, conocido por todos como Seito. Relata con cariño todas sus andanzas, desde la escuela de la zona donde aprendió las primeras letras, su trabajo como carpintero haciendo juguetes, y su paso al mundo del motor a través de varios talleres. Pero el 2 de enero de 1997 fue el día más duro de Maruja y su marido José. Con una salud débil, de muchos achaques, su hijo murió con apenas 40 años. Lo recuerda en presencia de su nuera, Carmen, quien, lejos de iniciar una nueva vida a sus 38 años, se quedó a cuidar de sus suegros. «Seito era moi cariñoso, sempre dicía: ‘‘Mamá, papá, heivos coidar moito''», recuerda Maruja, quien también destaca el respeto de su hijo por sus orígenes: «Traballara no que traballara sempre foi labrego, nunca perdeu de vir aquí a axudar, era amigo de deitarse cedo e estar pendente de nós».
Los ahorros les permitieron comprar un piso en Betanzos, un hogar que permitía a Seito estar más cerca del trabajo. Y cuando la meteorología se ponía virulenta, el hijo se llevaba allí a sus padres para que estuvieran más protegidos de los temporales.
Años después quebró la salud del marido de Maruja, y Carmen, la nuera, compatibilizó su trabajo con los cuidados permanentes. José murió a los 93 años.
Otra hermana centenaria
«Eu non contaba con chegar aos 103, aínda que teño unha irmá, Nieves, que xa ten 101, pero o resto da familia nunca pasou a centenaria», señala la mujer mientras se frota las rodillas, una molestia permanente que a veces le borra la sonrisa de los labios. «É artrose con desgaste, díxomo un médico moi bo da Coruña que xa morreu». Y uno se pregunta cuántos galenos que atendieron a esta mujer ya no están entre nosotros.
Ahora sus extremidades inferiores la obligan a pasar buena parte del día ante el televisor. De vez en cuando acude a comer a la casa de algún familiar. Y, por supuesto, visita con frecuencia el centro de salud de Irixoa.
Dice con cierto disgusto que toma cuatro pastillas por la mañana, otras cuatro por la tarde y unas tres y media al mediodía. Sufre un amago de despiste y le pregunta a su nuera.
—E esa media pastilla para que é? Non me lembro.
—Esa? Para non quedar embarazada.
Y la cocina es una explosión de risas.