Betanzos llora a su gran retratista, un fotógrafo intuitivo y genuino

BETANZOS

El fotógrafo César Delgado.
El fotógrafo César Delgado. Xosé Castro

César Delgado murió a los 76 años después de una vida capturando con su cámara la evolución de Betanzos y su comarca

06 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Querido César, solo te vi llorar en una ocasión, cuando murió tu longeva madre. Pero creo que en la vida te has aguantado muchísimas lágrimas porque sospecho que el visor de una cámara no te inmuniza de tantas desgracias y muertes que te tocó retratar. En cambio a mí, mientras te escribo esto, se me va empapando la barba porque el llanto comunica mucho mejor que las palabras la pérdida de un compañero tan especial y auténtico como tú.

Con tu temprano adiós nos quedamos sin el fotoperiodista que retrató la historia reciente de Betanzos para La Voz de Galicia, más de medio siglo para crear un archivo envidiable. Así veías la vida, cerrando un ojo y con unas gafas que nunca entendí para qué las usabas porque se pasaban el día haciendo equilibrios sobre la punta de tu nariz.

Te has ido pero quedan tus fotos. Y tus vivencias. Y la lección de tu instinto, que te hacía llegar a los sitios antes que los bomberos o la policía. También ese tercer sentido para filtrar a la gente. Como aquella viuda que llegó a Betanzos después de que las maras asesinaran en El Salvador a un emigrante de aquí. «Chéirame a corno queimado», me dijiste mientras la señalabas. Yo te lo recriminé y te llamé insensible, ignorando que tu instinto era un radar infalible. A los pocos meses la detuvieron como instigadora de la muerte de su marido.

Siempre me resultó muy fácil hablar con la gente de las aldeas, proclives al hermetismo, cuando iba contigo. La escena se repetía muchas veces. Primero me veían y me preguntaban con recelo qué hacía allí. Pero luego se relajaban cuando te presentabas. «Ola César, entón que queredes?». Y nos lo contaban todo porque confiaban en ti. Muchas veces, porque el álbum de boda de aquella remota casa llevaba tu firma.

En zapatillas de casa

La noticia siempre era lo primero. Ante el rumor de un grave incendio, una noche pasaste a recogerme y comprobé que conducías con las zapatillas de casa. «Non hai tempo», te justificaste. Y nunca te oí quejarte cuando había que montar guardia, como aquel sábado cuando reventó una pirotecnia y nos quedamos sin comer. De pronto apareció un alto mando de la Guardia Civil y te hizo un guiño. Media hora después me lo pusiste en bandeja: «Cóntello ao meu compañeiro». Tenías fuentes en todos los escalafones.

Fue el mismo día en que, aburridos durante la espera, me pediste que le hiciera un reportaje a los grelos de Oza-Cesuras, «porque son máis bonitos que os girasoles de Van Gogh». Tenías poesía.

Hay dos lugares que hoy enmudecen un poco más. La estación de tren de Infesta, a la que subías con regularidad atraído por el paso de los trenes. Y también te echará de menos el coto de Chelo, ese refugio al que te escapabas para escuchar el sonido del agua. «Creo que teño antepasados árabes, non entendo esta fixación con escoitar o río», confesabas.

No sé cómo harás tu último viaje. Sea en tren o surcando los remolinos del río Mandeo, será una experiencia placentera que tendrás la tentación de fotografiar.