Tras 15 años de caída en picado y con las grandes superficies, la compra por Internet y la burocracia en contra, los negocios de siempre buscan su lugar en el nuevo modelo de consumo
27 nov 2017 . Actualizado a las 12:30 h.«Tenemos la cabeza llena de wasaps y ya no nos cabe nada», dice José Salgado. En el «centro comercial abierto» de Os Mallos, una etiqueta administrativa creada para distinguir y subvencionar asociaciones con más de un centenar de comerciantes, hace unas semanas una actriz contratada por la organización se metió en el escaparate de una zapatería y trató de llamar la atención de los paseantes. Fue en vano. Algunos miraron de refilón, pero la mayoría continuó su camino. «Apurados de dinero y entonces mejor no mirar, no vaya a ser que me guste lo que veo, o saturados de cabeza con tantísima cosa que nos meten, la verdad es que ni se pararon», lamenta Salgado, presidente del colectivo de Os Mallos y secretario de la FUCC, federación que reúne a las asociaciones de comerciantes de los barrios.
En 15 años A Coruña ha perdido alrededor de 1.200 pequeños negocios. Tiendas de 1 o 2 trabajadores -el 87 % del comercio tradicional se sitúa en ese rango- incapaces de resistir un cambio en los hábitos de consumo que Alberto Lema, concejal de Emprego, explica desde la «tendencia monopolística dos grandes distribuidores, que concentran a oferta e dificultan a chegada á cidade de potenciais consumidores de fóra», y que aquí encontraron el marco apropiado «nas políticas macro de planificación urbana desenvolvidas nos últimos 20 anos», señala Lema.
Los centros fantasma
Del dislate de las grandes superficies da cuenta la situación en que se encuentra la mayoría, infraocupadas, cerradas o a punto de: Dolce Vita, Espacio Coruña, Papagayo, Cantones Village, Os Rosales. «Tendríamos que tener el triple de población para sostenerlas», pondera Salgado. «14.000 m2, 28.000, 35.000, 62.000, 200.000... Estamos muy por encima, muy pasados», apunta Domingo Barba, presidente de la Comisión de Comercio Interior de la Cámara. «Pero si no te cobran el aparcamiento ni el papel higiénico ni la climatización, ¿quién se resiste? Tratar de frenar esto es como poner puertas al campo», opina el que durante dos decenios fue presidente del centro comercial Cuatro Caminos, el segundo que abrió en España. Barba desvía el foco a «los chinos, americanos o suecos, que te hacen la puñeta sin darte cuenta, porque en inglés todo suena mejor, y mientras hablamos de los centros comerciales no pensamos que hay una revolución en Internet, en las grandes plataformas que te envían la compra a casa en 24 horas con la etiqueta por si quieres cambiarla, y que ante eso Novedades Toñita, por mucho que te fíe, poco puede hacer».
José Salgado lo confirma. «¿Cómo vamos a vender por Internet? ¿Competir con Amazon? ¿Negocios en los que trabaja el dueño nada más, metido allí diez horas al día, a las ocho de la tarde haciendo las cuentas, organizando el día siguiente y para casa a cenar y a dormir?», pregunta.
El comerciante es un hombre solo, falto de recursos y atrapado en una maraña de obligaciones burocráticas para las que no suele estar preparado y, en consecuencia, le acarrean más gasto. «Tengo la idea de que en María Pita, no ahora, sino en general, no nos dan la importancia que merecemos. Si una ciudad se queda sin comercio se muere. Fíjate en las calles donde no hay tiendas. Están muertas. Somos los que hacemos la ciudad, pero la sensación es que solo pedimos y que nos hacen un favor. Frustra mucho. Todo son pegas, líos y jaleos. El comerciante se ve solo», confía Salgado.
El gobierno local invierte 700.000 euros al año, cifra Lema, en acciones de formación en las tiendas, campañas de concienciación ciudadana sobre consumo responsable y visibilización de la oferta de proximidad, y en la entrega de vales de compra. «A situación nos barrios non é homoxénea e centrámonos nos declinantes, Os Mallos, Agra do Orzán, Os Castros», refiere el concejal. Aparte, el Concello firma convenios anuales con la FUCC y las asociaciones y reparte subvenciones por importe de 250.000 euros.
Justificar las subvenciones
En la práctica, sin embargo, la financiación pública no llega cuando hace falta. La asignación del 2016 está pendiente de pago por deficiencias en la justificación del gasto observadas por la intervención municipal. Es común que los comerciantes tengan que pedir créditos para afrontar las actividades subvencionadas, y algunos, ante la incertidumbre, optan por no solicitar la ayuda. Alberto Lema advierte que la «aprobación tardía dos orzamentos penaliza a todos, tamén aos beneficiarios das subvencións, que non son prorrogables», y asume que la formulación «ríxida e férrea dos expedientes pódese volver engorrosa». Al comercio lo asfixia. «Es un problema gordísimo. Nos ahoga. Nosotros no somos especialistas en Administración pública. Llegaron a pedirnos facturas de hace cuatro años. Hay un síndrome como de que todo el mundo está robando y todo se mira con lupa», clama el representante de Os Mallos.
Con las grandes superficies y la burocracia en contra, el comercio tradicional va capeando la crisis. «Los sueldos son bajos, no hay dinero y sí mucha competencia», apunta el comerciante. Por eso entran actrices en los escaparates y surgen proyectos depurados de autoempleo. Todos concuerdan en que hay que mejorar la competitividad, especializarse, cuidar la atención, mirar al entorno, si es posible llegar al extranjero, innovar, profesionalizarse, estar preparados para la liberalización total de horarios, trabajar en la movilidad urbana, los accesos y el aparcamiento... Y resistir. «La moda de los centros comerciales ya está pasando -afirma Domingo Barba-. ¿Cómo se divierten y compran los jóvenes hoy? Así, no. Viajan y compran por Internet. Ya hay empresas que están dejando las grandes superficies. Costear la luz, la calefacción, el párking, los baños y todo lo demás ya no compensa».