Iria Do Castelo: «El huerto me salvó en el confinamiento»

A CORUÑA CIUDAD

Esta gallega cumplió un sueño durante la cuarentena: crear su pequeña zona de cultivo en casa. Se levanta todos los días para ver si crecieron las lechugas y antes de acostarse pasa a echar un vistazo a los tomates

25 jul 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Cae el sol en esta finca de Culleredo, en A Coruña. Iria do Castelo saca la regadera de su pequeño invernadero de madera y la llena de agua. Es hora de cuidar de su huerto, su obra de cuarentena, y uno de los proyectos que, como esta artista coruñesa cuenta, le cambió la vida los últimos meses: «Crear el huerto durante el confinamiento me salvó». Para Iria do Castelo, que vive en una casa familiar con su burro Lucas, plantar sus primeras semillas, ver crecer las plantas día a día, le dio una nueva perspectiva y le abrió otro mundo. «Salí de Berlín después de haber estado tres meses viviendo allí justo un día antes de que se decretase el estado de alarma. La situación era apocalíptica. Hablando con un amigo de lo que estaba pasando, de cómo se me había parado todo profesionalmente, le dije de broma: ‘Voy a vivir de comer grelos'». Y esa frase se convirtió en algo casi premonitorio. «Dos meses después esa idea de autosuficiencia no era tan romántica», sonríe Iria.

De los bancales brotan acelgas y trepan las primeras plantas de judías. «A las dos semanas ya había lechugas y tengo un calabacín a punto de caramelo». Tener un huerto era una idea que le rondaba por la cabeza desde hace tiempo. Esta finca forma parte de sus raíces, de su casa y de su estudio, Castelo Studio, en el que recibe artistas de todo el mundo y donde organiza talleres y cursos con otros creadores. «Siempre decía que no tenía tiempo, como el conejo de Alicia».

PAULA QUIROGA

Su agenda antes de la cuarentena «era un tetris». Pero todo se paró. «Pasé por muchas fases durante el confinamiento. La primera más mística. Ese sentimiento de finitud alrededor me llevó a un estado casi místico. Ver cómo se desmoronaba el sistema, cómo las grandes ciudades eran las más afectadas». Llegó a su refugio: «Y la vida en el campo tomó una nueva perspectiva. La tierra pasó a ser un tesoro».

«Pasé por un nuevo estado, esta vez de bloqueo y ansiedad. No podía trabajar en el estudio. Y la siguiente fase fue rendirme a la realidad de que no podías hacer nada. Te sientes un sujeto pasivo y había un poco un sentimiento de impotencia». Entonces decidió «poner al día la finca» y limpiar una zona con maleza con la ayuda de Manu e Inma, las dos personas que estaban conviviendo con Iria en el estudio.

Salir a limpiar la finca le dio otra perspectiva: «Me di cuenta de que trabajar en la tierra me calmaba y me hacía sentir útil». Empezaron a empaparse de documentales de permacultura, a investigar más, y la idea del huerto cobró forma. «Sabía que era algo necesario, pero no podías bajar de la rueda. Era algo que había que hacer por alimentación, por la salud, por el jardín y por el planeta. Y así Iria, que confiesa que nunca había plantado una lechuga, creó un huerto en bancales y levantó un invernadero de madera al lado. «No hay huerto sin invernadero». «Ves frutos muy rápido», cuenta feliz mientras corta unas acelgas.

«LOS VECINOS ME AYUDARON»

«Entraba en casa cuando caía el sol y el cuerpo, después de ese trabajo físico, se sentía bien. Me sentía realizada». Otro de los beneficios de montar el huerto es que le permitió relacionarse más con los vecinos: «La gente del pueblo se paraba y nos animaba. Al final cuando estás con mucho trabajo no tienes tiempo para compartir esas conversaciones». Hay parte de los vecinos en su tierra: «Me dieron algunas de las plantas, como la de los tomates o las judías. Me gusta que esto nos haya llevado más a lo local».

Para crear su pequeña producción agrícola contó con la ayuda de Yago García Garabal, experto en huertos ecológicos. Él la guio en la creación de los bancales, la mezcla de especies, y la sigue ayudando para verlo crecer mientras documentan todo en un vídeo. «Seguimos el calendario de la agricultura biodinámica». Iria agradece todo el trabajo que le ayudaron a hacer sus compañeros de convivencia, Manu e Inma, y también Nahuel, un argentino que llegó a Castelo Studio en mayo y que también puso su granito de arena en la construcción del huerto. «Me levanto y me acuesto pensando en el huerto. Por la mañana, aún en pijama y antes de desayunar, lo primero que hago es ir a echarle un vistazo, para ver cómo están las plantas, si crecieron y si salió algún fruto. Y vuelvo a última hora del día para regarlo y volver a cuidarlo».

De su experiencia salió una jornada para aprender a hacer huertos ecológicos hace unas semanas. «Puede sonar ingenuo, pero en realidad para mí fue así, estas plantas cambiaron el mundo. Es como una especie de enamoramiento, no pasa mucho rato sin que piense en ellas, subo, las miro, son bellísimas!».