Lo que perdió A Coruña en 70 años

m. carneiro A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA CIUDAD

El desarrollismo y la especulación se llevaron por delante una docena de joyas del patrimonio histórico de la ciudad y un río, una playa y un castillo

21 may 2022 . Actualizado a las 05:55 h.

Eran tres y los tres cayeron juntos. El Atlantic, el Palace y el Gran Hotel de Francia, últimos iconos de la ciudad cosmopolita y mundana que fue A Coruña desde muy temprano y que hoy mira a la Terraza y al Kiosco Alfonso con el pasmo de los supervivientes. En 1967 las elegantes habitaciones donde se alojaron el mariscal Petain, el baúl de la Piquer y el sultán de Marruecos desaparecieron bajo una montaña de escombros. Se alzaron en su lugar tres edificios que devinieron con mayor o menor fortuna manifiestos de una época desmemoriada; uno de ellos, el que cierra la calle Real delante del Obelisco, proyectado por Andrés Fernández-Albalat Lois, autor de un buen puñado de edificios de aquella Coruña que crecía al compás de la última oleada de emigrantes venidos desde municipios rurales de toda Galicia.

1967 fue el año del plan general del que salieron los barrios de Palavea, Visma o Los Rosales, y el último de una serie de desgraciadas pérdidas patrimoniales para la historia urbana reciente. Con dos salvedades, impensables hasta que se consumaron, el zarpazo al asilo de las Hermanitas de la Caridad en Adelaida Muro, ejemplo vanguardista de arquitectura asistencial firmado por el arquitecto Juan de Ciórraga en el siglo XIX, con la galería más larga de la ciudad; y la destrucción de la Estación Marítima, el lugar de las despedidas a los emigrantes a América, reconvertida en los años 80 en «la mejor sala de exposiciones de España», subrayaron los artistas en un último intento por salvarla. Era 2001, gobernaba Francisco Vázquez, la ley de Patrimonio cultural de Galicia llevaba seis años en vigor. Un bloque de viviendas de lujo iba a ocupar el solar del asilo, y un centro comercial sin vistas al mar enterraría el lugar donde un padre y un hijo desgarrados por la ausencia explicaron un país inmortalizados por la cámara de Manuel Ferrol

El último cañonazo

Descontando estas anacronías, los grandes golpes se produjeron antes. El castillo de San Diego sobrevivió a bombardeos durante 330 años para acabar derribado por un mal plan portuario en 1963. La fortificación que frenó el ataque francés de 1639 a cañonazo limpio y tendiendo una cadena con San Antón estorbaba a la ampliación del puerto petrolero, una superficie inmensa en la que no tenía cabida una ruina arqueológica como esta.

Como tampoco cabía en el plan de urbanización de Zalaeta el enorme hospital de Caridad, fundado en el siglo XVIII con el legado de Teresa Herrera y del que salió la mayor campaña de salud pública de la historia, la expedición de la vacuna de la viruela sostenida por 21 niños expósitos y la enfermera Isabel Zendal. En 1956 el edificio se tiró, también aquí con salvedades: las pilastras neoclásicas de su fachada pueden admirarse hoy en la ampliación de la Casa Cornide en la calle Veeduría costeada por el Ayuntamiento para la familia Franco, y las arcadas de su patio lucen en las trasera del instituto Eusebio da Guarda, con vistas a Riazor.

En el proceso de construcción de la ciudad, las arquitecturas desaparecidas en la segunda mitad del siglo XX son inagotables. La casa de baños La Salud de Riazor, la Imprenta Roel, la gasolinera de Cuatro Caminos, el edificio del Circo de Artesáns, la iglesia de los jesuitas, el mercado de hierro de la plaza de Lugo. Y al menos otras dos pérdidas mayores, escasas pero fatales, que no podrán sustituirse: la playa de O Parrote, el lugar donde desembarcaron fenicios, romanos y de ahí en adelante lo que se quiera imaginar, y el río Monelos, cuna de las lavanderas que aún existe, pero para disfrute de los habitantes subterráneos de la ciudad.