Los pisos que nunca se comprarán

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA CIUDAD

xaime ramallal

A la quinta me di cuenta de que un perfil se repetía, siguiendo un patrón. La interesada era una mujer mayor. Venía sola y buscaba un piso «para su hijo»

22 mar 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante año y medio me tocó enseñar un piso que estaba a la venta en el centro de A Coruña. Debieron pasar por allí unas 100 personas, pero a la quinta ya me di cuenta de que un perfil se repetía, siguiendo un patrón. La interesada era una mujer mayor. Venía sola y buscaba un piso «para su hijo». Entraba y hacía las lógicas preguntas sobre el precio, los gastos de comunidad, si había enganche al gas... Pero pronto la conversación se desviaba. La interesada solía «tener un dinerillo guardado» y, claro, «a estas alturas de mi vida lo quiero invertir». A mí me llamaba la atención que los hijos nunca venían. Ni siquiera llamaban por teléfono. Todos estaban ocupados con sus grandes trabajos en Madrid. Uno era juez. Otro era piloto. Otro responsable de nosequé del Banco de España. Los había también ingenieros. A todos «los quería fichar Inditex». Sus nueras se movían en similar excelencia, pero un poco por debajo. Trabajando en grandes empresas, pero sin ser las jefazas. En algunos casos empezaban a surgir pegas al piso, a veces rayando la mala educación. No era luminoso. Carecía de plaza de garaje. No tenía metros suficientes. Los muebles eran horribles. Lo que fuera. Cuando ya te veías ahí, te dabas cuenta de que no tenían el más mínimo interés en comprar la casa y ponían todo eso —que ya estaba en la descripción previa— para amortiguar la despedida. En otros, quedaban en volver a llamar. Las más agudas hacían una oferta disparatadamente baja al propietario.

Comentando el tema con una profesional del sector inmobiliario coruñés, con años de experiencia, le decía que no entendía por qué perdían el tiempo y lo hacían perder a los demás. «!Buff, eso es el pan nuestro de cada día!. La soledad es muy jodida, Javier», me contestó. Y ahí lo entendí todo.