
El verano puede ser buenísimo, pero más nos vale tener algo por si refresca, llueve o sopla el nordés
23 jul 2025 . Actualizado a las 05:00 h.El sábado pasado, sentados en una terraza bajo un cielo plomizo que amenazaba esa lluvia que luego comenzó a caer, decía un amigo que lo que menos le gusta de la ciudad es el tiempo en verano. Soy de las que discrepan completamente, tal vez porque tengo poca memoria meteorológica, algo que Pemán ya decía hace años que era un mal común. Pero es que de aquella mañana que empezó cubierta de niebla en Bastiagueiro a la última tarde en Perbes, tengo la sensación de que en lo que llevamos de verano ha tocado más playa que otros años. Aunque fuera con el nordés de Riazor o con esa amenaza de nubes en el horizonte que a veces llega por la ría.
Cuando deshaces una casa —expresión maravillosa del español que resume perfectamente lo que se siente al recoger un lugar en el que ya no vivirás más— encuentras todo lo que dabas por perdido en los cajones de los armarios y de la memoria. Siempre que alguien dice que este (vale para cualquier año) es el peor verano de la historia, recuerdo una de esas casas, en la que pasamos las vacaciones durante años, en la que aparecieron casi más chubasqueros que bañadores. Y botas de agua como si pasáramos el verano en un pantano. Porque todo el mundo sabía que aquí, en vacaciones, lo mismo vas a la playa por la mañana que necesitas capucha por la tarde. En aquel último día de recogida apareció un impermeable que se guardaba en un diminuto neceser a juego, un prodigio del diseño de los ochenta que cabía en cualquier maleta pensada para las Rías Altas. Del mismo material, por cierto, que el último chubasquero primaveral que compramos para el retaco. Porque el verano puede ser buenísimo, pero más nos vale tener algo por si refresca, llueve o sopla el nordés.