En 1960, mientras Hollywood se mantenía fiel a los géneros clásicos, grandes directores como Hitchcock, Preminger, Walsh, Ford, Kazan y Huston, seguían filmando junto a otros más jóvenes como Richard Brooks, John Sturges y Stanley Kubrick. Hasta John Wayne se atrevió con la épica El Álamo. El cinemascope y otros formatos de gran pantalla eran la alternativa de los estudios para seducir al público ante la cada vez más fascinante televisión. Ahora, con el deuvedé y las virtudes de la tecnología digital, muchas de aquellas memorables películas se someterán a procesos de restauración coincidiendo con sus cincuenta años de vida.
El wéstern intuía su agotamiento y recurrió a la alternativa del gran espectáculo para mantenerse en candelero. El paradigma fue Anthony Mann con su nueva versión de Cimarrón recreando la colonización de Oklahoma con centenares de extras, caballos, ganado y carromatos. Glen Ford tiraba del reparto. Con la ayuda no acreditada de John Ford, Wayne se atrevió a servir en casi tres horas, el asedio al Álamo en 1863, con Travis, Bowie y el mismísimo David Crockett, frente a los mexicanos del general Santa Anna. Aunque amortizada con los años, supuso un serio quebranto económico para el propio Wayne ante la tibia respuesta de la taquilla.
Junto a este modelo, John Ford optó por un wéstern insólito, El sargento negro, tomando como protagonista al actor negro Woody Strode, sometido a juicio militar por una falsa acusación. Otro pope del género, John Huston, optó por denunciar el racismo hacia los indios, en Los que no perdonan, con Burt Lancaster y Audrey Hepburn en torno a la supuesta paternidad india de una joven blanca. Aunque para wéstern diferente que acabaría siendo una referencia a imitar, Los siete magníficos, de John Sturges, con Steve McQueen, Yul Brynner, Charles Bronson, James Coburn y Eli Wallach, entre otros, acompañados de la memorable banda sonora de Elmer Bernstein, cuyo tema central haría popular el anuncio de Marlboro.
La ducha de «Psicosis»
Quizá la más imperecedera de 1960 sea Psicosis , de Alfred Hitchcock, con el desequilibrado Norman Bates (Anthony Perkins), su madre momificada y la secuencia de la ducha con Janet Leigh. A la zaga, El apartamento, de Billy Wilder, con cinco Oscar y Jack Lemmon como currante gris enamorado de la desvalida Shirley McLaine. Elia Kazan dirigió a Monty Clift en Río salvaje, ácida reflexión sobre el drama de las expropiaciones. Otto Preminger recreó el nacimiento de Israel en Éxodo, según la novela de Leon Uris, con Paul Newman al frente. Finalmente el péplum se valió del tuerto Raoul Walsh para filmar Esther y el rey en Italia con Joan Collins. Y el joven Stanley Kubrick dirigió Espartaco para Kirk Douglas en su rebelión de esclavos contra Roma.