Balmés asegura que cuando filma una película sólo exige tiempo para hacerla y para hacer «Bebés» precisó dos años de rodaje y otros tantos de montaje.
28 abr 2011 . Actualizado a las 12:35 h.El realizador francés Thomas Balmès presenta en España su sexto documental «Bebés», un experimento sobre el desarrollo simultáneo del primer año de vida de cuatro niños en otros tantos lugares del mundo, en el que el director no opina: «yo dejo pasar», ha dicho.
En una entrevista en Madrid, Balmès ha considerado que, en los últimos años, «desgraciadamente, solo en contadas ocasiones los documentales van en esa dirección».
Calcula que «en el 80% de los casos la realidad está manipulada por personas que intervienen, periodistas o políticos con discursos preconcebidos o sesgados, que utilizan la realidad para ilustrar su idea preconcebida», y cita como ejemplos a Michael Moore y Al Gore.
«Yo hago justo lo contrario, parto de un arco dramático muy claro y dejo pasar: niños que nacen y que crecen; personas de Papúa que se convierten por la influencia de misioneros; abogados americanos que estiman económicamente el valor de personas muertas para compensar a sus familias con indemnizaciones...», dice.
Se refiere a los argumentos de dos de sus documentales, «The godspell according to the Papuans» (2000) y «How much is your life worth?» (2007), que no fueron estrenados en España.
Balmés asegura que cuando filma una película sólo exige tiempo para hacerla y para hacer «Bebés» precisó dos años de rodaje y otros tantos de montaje.
El documental, que se estrena mañana, muestra hilvanado, sin guión y con un orden secuencial, el crecimiento de estos bebés en condiciones parecidas, pero incomparables.
A pesar de lo infinitamente distinto que es el entorno en el que nacen, crecen, se alimentan y juegan estos bebés, de cuatro razas y condiciones económicas diferentes, es impresionante ver cómo sus balbuceos, sus primeros pasos y sus inquietudes por las cosas que les rodean son prácticamente idénticos.
Y a pesar de que sus padres demuestran quererles y cuidarles, la reacción del espectador occidental es de absoluta alarma en el caso de los bebés mongol y africano, inmersos en situaciones que aquí se considerarían «muy peligrosas».
Así, se ve cómo niños que aún no andan conviven con cabras, perros, gatos, gallos o burros, compartiendo con ellos el baño, la comida, los juegos o las peleas.
Sin embargo, el ambiente de tranquilidad que rodea a Bayar, el bebé mongol que vive en la estepa, es muy diferente a la vida de Mari, la japonesa, en un rascacielos entre ruidos estresantes y prodigios mecánicos que sustituyen a sus padres.
Lo mismo sucede con la namibia Ponijao, que juega feliz con los otros niños de la tribu, mientras su madre y su abuela pasan el día charlando y entre risas; mientras Hattie, que reside en San Francisco (EE.UU.), solo juega con otros niños cuando sus padres la llevan a talleres para bebés.
«Yo quería mostrar nuestra relación con el entorno y cómo la tecnología, las cosas materiales o el medioambiente pueden interactuar para formar nuestra personalidad», opina este francés que se refugia los fines de semana cerca de París en un lugar sin siquiera electricidad.
Precisamente, su próximo trabajo hablará de la influencia de los audiovisuales en las personas.
«Me pregunto cómo podremos encarar la educación cuando vemos la omnipresencia de las imágenes que solo buscan crear descerebrados para poder meter en su interior mensajes publicitarios. Quiero filmar -dice- cómo los gobiernos de todo el mundo gestionan y permiten esto».
Tal vez, reconoce, en este caso le cueste un poco más encontrar financiación.